Tras entrevistar en persona a Rosana, la portavoz y responsable de este gigantesco David de festivales que es el Hell Rock Fest en lucha contra los Goliath de las grandes promotoras de eventos, llega la hora de presentar y describir las instalaciones del recinto. Cuando nos acercamos a conocerlo vimos que el GPS del coche lo identificaba con su nombre oficial, Rock Klub, por lo que entendimos que se trataba de un bar o similar. Por supuesto, también esta vez el festival de Retuerta del Bullaque nos sorprendió por completo.

Rock Klub no es ni más ni menos que la parcela privada de lo que habitualmente se entiende como «segunda residencia», y que en este caso es propiedad del equipo que organiza el acontecimiento. Para entendernos, «el jardín de su casa», «la parte de atrás del chalet» o «un terrenito que tenemos por si alguna vez plantamos unas hortalizas». Con una salvedad importante, y es la de que este «trocito» de campo-campo abarca casi tres hectáreas.

Semejante superficie está optimizada al máximo. El elemento central es el escenario, que preside uno de los lados que dan a la carretera de acceso al recinto de los conciertos. Por ella se accede en vehículo privado hasta un amplio aparcamiento vallado, para cuyo uso hay que hacer una reserva previa. La explanada se completa con el área de acampada, otro servicio que por logística interna precisa de una demanda previa.

Durante el resto del año, un tercer vallado sirve para que convivan y corran en libertad los numerosos perros que tienen acogidos Rosana y su gente -algunos de los canes son unos preciosos galgos a lo que impresiona ver moverse en grupo-. Esta área complementaria se deslinda durante el festival, para que así la capacidad de acogida del Hell Rock Fest pueda alcanzar las tres mil personas.

Ya dentro del perímetro principal nos encontramos con unos servicios públicos… ¡de obra! -posiblemente el único festival en toda España que puede presumir de ello-, además de unos camerinos a pie de escenario que en absoluto se parecen a esos otros módulos de chapa que pueblan las trastiendas de citas festivaleras con muchos más medios y presupuesto.

Aquí su estructura es fija y repite una cierta estética típica de la decoración de jardín que podemos apreciar en toda la hostelería y la vida ociosa al aire libre, tan propia de estas fechas veraniegas. El acabado en madera encaja como un guante en el entorno natural que rodea a esta pequeña «finca del Metal», que tanto apreciamos desde que la vimos hace unas semanas.

Todos los recursos técnicos del escenario son desmontables y además se ha aumentado su superficie respecto al año pasado. Desde él se divisa el pantano, las montañas que lo rodean y un gran horizonte donde no falta… ¡ni un caballo blanco! Si los Lordi no se inspiran aquí, no lo harán en ningún sitio, amigos. La cubierta resulta pintoresca y casi diríamos que suiza y tirolesa, pero se intuye útil al máximo a la hora de colocar y mover escenografía, levantar y enganchar los puentes de luces o darle la máxima capacidad al equipo de sonido.

En esta racionalización absoluta de las prestaciones del Rock Klub destaca su zona de barras -frente al escenario y a la derecha del mismo-, el puesto de venta de material promocional de los artistas y otra caseta más para la adquisición de los tickets de consumición. Lo asombroso del caso es que todo está ya en su sitio, perfectamente equipado y como si de un set «monte usted su propio festival» se tratara. Ni el Leroy Merlin lo habría hecho mejor…

Leo Cebrián Sanz

Forografías: José Ramón Nieto Sánchez «Kema púas».