Durante esta semana se ha estrenado en Filmin, la plataforma española de pago por visión, la película documental «Todo es de color», que el director Gonzalo García-Pelayo realizó en 2016 en memoria del gran grupo de rock andaluz. Tanto él como su inseparable hermano Javier fueron los descubridores del trío, al que produjeron sus discos, además de ejercer como fundamentales impulsores de su carrera desde su experiencia como managers y activistas culturales y mediáticos -Gonzalo colaboraba en la propia Televisión Española-.

El largometraje es fruto de la experiencia directa de los García-Pelayo con Triana y de sus vivencias personales durante el nacimiento de un estilo musical absolutamente autóctono y regionalista. El desarrollo del rock andaluz fue cortado de raíz por la irrupción de la Movida, pero durante unos años su espíritu dio alas a una insólita ola de creatividad y fusión entre el rock sinfónico y las raíces flamencas de Andalucía. Hoy mismo actúan en las fiestas del madrileño distrito de Vicálvaro los propios Medina Azahara, por lo que nunca está de más recordar lo que supuso la irrupción de los grandes maestros del género.

Como es habitual desde hace cuatro décadas, nada resulta convencional en el mundo de los García-Pelayo y tampoco lo iba a ser esta mezcla de documental musical y película de carretera o road-movie, que alterna la realidad con la ficción para dar un toque único y mágico al resultado final.

La primera escena transcurre en el cementerio de Villaviciosa de Odón, en Madrid, donde están enterrados los dos miembros fallecidos de la formación: el icónico Jesús de la Rosa -voz, teclados y principal compositor- y el batería Juan José Palacios «Tele». A partir de ahí se inicia una ruta que pasa por los molinos de La Mancha, la Sevilla más vinculada a Triana y el destino final de Caños de Meca (Cádiz), donde se celebra un concierto homenaje en el que entre otros participan músicos de Zaguán o Randy López, integrante de los mejores Medina de los ochenta.

Otras caras que también asombran por su siempre bienvenida presencia son las de Gualberto -que toca su sitar como en Smash- o el bluesman flamenco Raimundo Amador. Ellos no actúan durante la noche de reivindicación de Triana, pero sí protagonizan una deliciosa jam a orillas del río junto a otros músicos que reinterpretan la música de Jesús, «Tele»… y Eduardo Rodríguez Rodway -que con su presencia otorga la legitimidad necesaria a este sentido recuerdo a su banda de toda la vida-.

«Todo es de color» es absolutamente recomendable, pero exige cierta complicidad a la hora de meterse en el particular estilo de Gonzalo García-Pelayo. Su libertad creativa no está exenta de sentido del humor, un erotismo elegantísimo y epidérmico, un punto hippie muy bien llevado al siglo XXI y una visión hedonista que casa de maravilla con la música evanescente de Triana. Algunos de sus hallazgos visuales y de puro lenguaje cinematográfico se revelan impresionantes -como las escenas grabadas en Campo de Criptana, Ciudad Real- y gracias a ellos mete al espectador en una suerte de ensoñación onírica rebosante de sensualidad y unión plena con las letras y melodías de Triana.

De un tipo o de otro, todos los recursos se supeditan al auténtico objetivo del film: tributar a Triana y dar a conocer su legado a las nuevas generaciones.

Leo Cebrián Sanz