Este pasado fin de semana hemos estado presentes en la última edición del festival Viñarock y hay mucho que contar, no siempre positivo -de hecho, dedicaremos durante estos días una amplia atención a la «organización» del evento y su responsabilidad en lo ocurrido-. Un primer ejemplo de cuestionamiento del papel siempre positivo de la música frente a la mediocridad del negocio de los grandes eventos es la actuación de Mägo de Oz el viernes 28 de abril en el escenario Villarrobledo.

Esa jornada los madrileños fueron algunos de los claros vencedores en la lidia artística, pese a haber sido marginados a una ubicación impropia de la importancia de una banda de su historia y trayectoria. Los planificadores del Viña tuvieron a mal «condenar» a Mägo al tercer escenario de la arena central, en la que también figuran otros dos de audiencias masivas y abiertas: los denominados Negrita y Poliakov.

Durante la tarde pasaron por el primero las bandas y artistas Mez-K, Iratxo, Che Sudaka, Miguel Campello, Canteca de Macao y The Real McKenzies, mientras que el segundo se dedicó a los conciertos de Mamá Ladilla, Sínkope, Lendakaris Muertos, Boikot y Banda Bassotti. A su vez, los autores de «Satania» compartieron tablas con Azero, Vita Imana, Inconscientes y Non Servium…, extraños compañeros de viaje en este «castigados al rincón de pensar».

Dicho y hecho, tras la descarga en vivo de Boikot se produjo de inmediato un gran movimientos de masas hacia la zona del escenario Villarrobledo. Mägo comenzaron su actuación con una escenografía potente, que incluía un gran telón y hasta la cabeza gigante de un inquietante payaso, habitual de sus últimas actuaciones.

La formación eligió un repertorio acorde a la hora y diez minutos de duración de su tiempo programado, muy bien llevado por un Zeta comunicativo y empático, y unos compañeros en los instrumentos que parecían disfrutar del formato corto de concierto. Patricia  tuvo su momento de inesperado protagonismo con su versión de ‘Mercedes Benz’, el clásico de Janis Joplin, además de bailar y moverse hasta la extenuación. Hubo pene hinchable y toda la suerte de trucos escénicos que caracterizan a los chicos de Mägo.

El espectáculo se desarrolló entre el entusiasmo de un público que parecía haber salido de la nada, hasta tal punto que Zeta preguntó si los seguidores ‘heavies’ estaban o no por allí. Muchos de ellos habían acudido al festival en exclusiva para ver a Mägo de Oz, como lo demostraban las banderas al viento y la presencia de caras que no volvimos a ver en los tres días siguientes. A espaldas de las primeras filas de fanáticos se fue reuniendo una multitud curiosa, que dejó en evidencia que allí no cabía nadie más. No faltó ni el tipo que se pasó los tres días encendiendo bengalas en los conciertos que le gustaban.

Algunos espectadores optaron por marcharse, una vez comprobada que la masa se convertía en muchedumbre y las condiciones para disfrutar del show desaparecían entre empujones y la siempre angustiosa presión sobre el público mejor situado. Otros prefirieron rodear la pequeña loma de esta parte del recinto y encamarse a cualquier pendiente desde la que se viera algo.

Esta fue la tónica de un concierto que terminó con el desagradable incidente del derribo de las vallas que acotaban el baño de mujeres, literalmente arrasadas por la densidad humana presente. El comentario de indignación se fue generalizando, ya que Mägo habían actuado en un lugar inadecuado, tanto para sus músicos como para el propio colectivo de fanáticos de Txus y compañía.

Las imágenes que acompañan a estas líneas reflejan el caos vivido. En medio de la confusión, ¡alguien nos acusó de estar fotografiando a las chicas en los baños….!, hasta que aclaramos nuestra simple intención de testimoniar el desastre. Había nervios en el recinto, provocados sin duda por el agobio de la falta de espacio. Al otro lado de la pista, los étnicos Canteca de Macao no reunían ni a la mitad que el aforo de Mägo…

XXII Viñarock, la primera en la frente. Mañana más en nuestra serie especial Viñahorror 2017.

Leo Cebrián Sanz