A comienzos de los años noventa conocí al presidente del club nacional de fans de Yngwie Malmsteen en un conato de sala rockera en el madrileño barrio de Argüelles. Comenzaba la diáspora de público generacional del Heavy Metal en España y una selección natural de quienes estaban a dispuestos a conservar sus gustos por mucho que las tendencias dominantes fueran otras. De fondo andaba actuando la formación de Bella Bestia que derivaría en Beethoven R y este esforzado seguidor se lamentaba de lo poco apreciado que era el guitarrista en los medios especializados y entre la gente misma del ambiente Hard de la capital.

Su queja era lógica en esos momentos, pero por supuesto no siempre fue así. De hecho, Yngwie Malmsteen fue uno de los artistas de la guitarra barroca que mejor acogida tuvieron en nuestro país…, si no acaso el que más encajó con nuestra idiosincrasia. Su nivel de aceptación popular era perfectamente equiparable a la de Dio, Stryper o Accept, por poner tres ejemplos de incontestables referencias para los jebis de la época. Los videoclips de su etapa más comercial rotaban de forma fija en las discotecas y pubs especializados, y hasta la imagen del sueco (pantalones de cuero, casaca roja…) era objeto de deseos femeninos y emulación masculina.

Sólo en ese contexto de fama y crédito se explica que Yngwie fuera una de las grandes atracciones del San Isidro del año 1990. Porque en efecto, somewhere in time el nivel de las actuaciones de las fiestas patronales de la capital fue de un calibre difícilmente equiparable en el resto de Europa. Aquel viernes 25 de mayo el «héroe de la guitarra» por antonomasia se dio un baño de masas en el Auditorio de la Casa de Campo, donde compartió escenario con su telonero de la gira que le había traído hasta España -la banda suiza China-… ¡¡y Barricada!!, que le precedieron en el Rockódromo. Por cierto, según el diario «El País», El Drogas y sus compañeros fueron lo único reseñable de aquella tarde-noche (el grupo PRISA, como siempre haciendo amigos entre el «rockerío» de muñequeras).

Así de locos eran los carteles que proponía la Concejalía de Festejos por entonces. El resultado fue un sonoro triunfo para ambos grupos, que obviamente habían arrastrado a un público muy distinto. Apenas unos años antes la intolerancia del «poco respetable» había dado al traste con festivales abiertos a la mezcla de estilos, pero el hecho de que la entrada no fuera gratuita relajó las tendencias más intolerantes. No había nada como pagar una entrada para evitar el numerito de la «litrona» llena de arena volando hacia el escenario, por no hablar de boicots como los surgidos también en San Isidro hacia formaciones como los británicos Shy o los madrileños Sangre Azul.

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Tan sólo dos años después Yngwie Malmsteen volvía a pasarse por el Foro, donde el 11 de abril de 1992 repetía su espectáculo de genialidad y egolatría a partes iguales. La actuación tuvo lugar en el Pabellón de Deportes del Real Madrid, donde el nórdico presentó su disco ‘Fire And Ice’. Por desgracia, esta vez el guitarrista no supo contener sus ansias de protagonismo y marginó al resto de su circunstancial banda -vocalista incluido- a un injusto segundo plano. Como curiosidad, aquella noche los teloneros iban a ser… ¡¡los chicos de Hamlet!! (en su primera etapa entre el Glam y el Sleazy), que finalmente no tocaron.

Por razones que no terminamos de entender, el sueco ha estado desterrado de las agendas de nuestras salas y festivales durante muchos años -una década desde su última aparición en Madrid-. Su concierto del sábado 22 de septiembre en la sala But -y los del resto de su gira en Santander y Barcelona- son una excelente oportunidad para recordarle lo mucho que se le quiso -y detestó a veces- en esta parte de la Europa del sur.

Leo Cebrián Sanz