Ayer martes 18 de enero se cumplieron 35 años del histórico debut de Metallica en Madrid, ciudad en la que actuaron un domingo por la noche del comienzo de 1987 en el Pabellón de Deportes del Real Madrid. Un día antes habían tocado en el Palau de Sports de Barcelona y llegaban a la capital con la expectativa de una buena entrada, puesto que apenas unos meses antes había muerto el bajista  Cliff Burton y presentaban a su nuevo compañero Jason Newsted, además del monumental disco ‘Master of Puppets’.

Con el tiempo, este concierto se ha convertido en lo mismo que el mayo del 68 para los políticos progres o el homenaje a Canito para los seguidores de la Movida, es decir, todos dicen haber estado allí. Sin embargo, la entrada que presentó el Pabellón fue sorprendentemente pobre, con más cemento que público en sus gradas y sólo la parte del foso algo más llena.

Quienes acudimos a la cita recordamos el acontecimiento por varios motivos, además del estrictamente musical o artístico. Para empezar, no hubo animadas colas en el Paseo de la Castellana como solía ser habitual en los espectáculos heavies del recinto deportivo. El acceso fue directo y la noche no acompañaba -hacía algo de frío e incluso creemos recordar una leve lluvia en el exterior-.

Nada más entrar al vestíbulo del Pabellón se produjo la sorpresa de ser el primer concierto en el que funcionó en Madrid la requisa de material potencialmente peligroso para los espectadores. La promotora Gay Mercader puso a su servicio de seguridad a retirar a los espectadores todo tipo de cadenas, muñequeras, cinturones de balas y la parafernalia habitual del Metal más duro.

Como contrapartida, un papel con un número y allá se las componga usted a la salida en la improvisada consigna, que no ropero. Por supuesto, algunos perdimos todas las tachuelas y pinchos que llevábamos, sin que obviamente existiera hoja de reclamaciones alguna. Mientras tratábamos de negociar su recuperación, una pareja de heavies asturianos preguntaba angustiada por la pérdida de una bandera del Principado, reclamando si alguien la había devuelto a la organización.

Pues bien, hace unos cinco años, LosMejoresRock.com localizó esa bandera, que fue la que James Hetfield se colgó a la espalda durante varios temas del concierto. La gigantesca enseña fue arrojada al vocalista durante la interpretación de una canción y el rubio guitarrista agradeció el gesto luciéndola en el escenario durante varios minutos. Cuando por fin la arrojó a sus legítimos propietarios, una mano se interpuso en el camino y la guardó presta bajo la cazadora de su nuevo portador.

Un colaborador de nuestra web recuerda así lo ocurrido: «Acudí al concierto con mi hermano y fue él quien se la quedó. Me quedé muy sorprendido de su rapidez para hacerse con ella y ocultarla, pero no le di importancia. Sólo cuando escuché a los heavies asturianos a la salida del Pabellón me planteé la posibilidad de decirles que sabía quien la tenía. Creo recordar que incluso se lo comenté a mi hermano, pero él no quiso entregársela. Bueno, así eran las cosas antes…».

El «trofeo de guerra» ha permanecido en el olvido durante todo este tiempo, pero una conversación de bar nos colocó tras la pista de tan increíble anécdota. Los dos hermanos se han puesto por fin de acuerdo y están dispuestos a devolvérsela a sus propietarios… ¡más de tres décadas y media después del suceso!

Como es obvio, hay detalles de la bandera y de lo sucedido aquella noche que sólo pueden conocer quienes la portaron y estuvieron presentes en el evento. Como en un desafío épico, sólo los auténticos elegidos podrán responder a las cuestiones que determinarán su veraz identidad. ¿Hará posible el alcance de Internet que localicemos a esos compañeros asturianos que tan disgustados se quedaron? ¿Perdonarán los afectados a nuestro colaborador Abel el desliz de no haber traicionado a su hermano Caín por la usurpación ilegítima del tejido emblemático? ¿Seguirá el ADN de Hetfield en algún lugar de la bandera ? Sea como sea, soñamos con una foto histórica en la que sus accidentales depositarios hagan entrega protocolaria de la misma a estos colegas de los 80 que con su entrega ayudaron a construir la leyenda de Metallica en España.

Esta reseña se la dedicamos a los camareros ambulantes del Pabellón de Deportes del Real Madrid, aquellos señores de ya entrada edad que con una bata blanca y una nevera refrigeradora recorrían las gradas del recinto para despachar cerveza y refrescos. Los equivalentes a los actuales vendedores de cerveza en los festivales y auditorios grandes, para entendernos. Qué mal lo pasaron los pobres viendo a los teloneros Metal Church, cuando lo que habitualmente hacían era escuchar los rugidos de las gradas tras las canastas de Fernando Martín y sus compañeros del Real Madrid de baloncesto…

Leo Cebrián Sanz