En agosto de 1975 el periodista sevillano Pancho Bautista publicó un libro titulado “Carne de cine”, que hoy es todo un fetiche de culto del tardofranquismo. En este volumen autoeditado se repasaba en tiempo real la llegada de los primeros desnudos al cine español, a sólo tres meses de que muriera Franco. El autor entrevistaba a figuras femeninas que se habían atrevido a participar de este tímido aperturismo que se asomaba a las pantallas de los cines.

El texto es una delicia que juega con lo que se puede y no se puede escribir libremente, pero se desata con los encuentros personales con las protagonistas del todavía no declarado “destape”. Las estrellas son Ángela Molina, María Luisa San José, Nadiuska… y esa Agata Lys que nos dejó hace mes y medio en medio de un injusto olvido por parte de la industria cinematográfica nacional.

Merece la pena leer completo este fragmento de las confesiones de la actriz vallisoletana, ya que refleja muy bien cómo funcionaban las cosas para las recién llegadas al sueño madrileño de consagrarse en una actividad artística. Que en medio de todo este jaleo esté el nombre de The Rolling Stones es aún más divertido, ya que poca o ninguna relación tenían los británicos con España a comienzos de la década de los 70.

«Poco después acepté una proposición que me hicieron y me vi envuelta en un follón terrible con trata de blancas y drogas de por medio.

– Supongo que esto no será un montaje publicitario.

– No. Simplemente fue verdad. Y estuvieron a punto de embarcarme en un lio de trata de blancas, con drogas incluidas.

– ¿Quién había planeado este asunto?

– Todo este asunto lo había planeado un marqués muy conocido, que sale mucho en las revistas, y del que ahora no ha de menester decir su nombre.

– ¿Podríamos conocer detalles del “affaire del marqués?

– Esto sucedió pocos días después de la proposición que me hiciera Alfonso Paso en la piscina. Y aunque le dije a Alfonso Paso que no aceptaba su proposición, cuando se marchó comencé a pensar en la posibilidad de hacer cine. Pero no pensé en el cine bajo un punto de vista artístico. Simplemente pensé en ganar dinero haciendo pequeños papelitos en películas, más o menos, de destape. Porque yo caí en la cuenta de que con el físico que tenía podía hacer esos papelitos de chica maciza tan abundante en las películas españolas.

Por esos días cavilaba con frecuencia sobre el tema. Por eso mismo me gusto la proposición de una especie de representante, un tal Sanjurjo, ser vulgar y corriente, que me propuso hacer cine. Al menos eso era lo que creía que iba a hacer. Pero, realmente, lo que tenía que hacer era otra cosa muy distinta. Porque esta especie de manager, o representante, se dedicaba a seleccionar chicas monas, go-gós, extras de cine, y todo tipo de chavala de cuerpo sobresaliente y macizo, para “hacer cine”. Pero con este tipo jamás llegué a hacer el menor papelito en la más insignificante película.

Pero centrándome en la cuestión que nos ocupa, diré que en cierta ocasión me llamó por teléfono y me dijo que habían llegado a España los Rolling Stones y estaban en casa de un señor muy importante de Madrid, y que iban a actuar aquella noche allí en una fiesta privada en la que iba a estar el “todo Madrid” y muchos periodistas. Que iba a ser como una rueda de prensa donde se iba a anunciar todas las galas  que los Rolling Stones iban a efectuar por toda España. Y que ese señor importante le había pedido varias chicas guapas que supieran bailar para “alegrar” la actuación de los Rolling Stones.

Pensé que aquella podía ser una oportunidad importante. Incluso pensé que podía ser mi lanzamiento cinematográfico. Pensé que los periódicos y revistas publicarían fotos mías que servirían para que algún productor de cine se fijase en mí. Por esto mismo le respondí a esta especie de representante que podía contar conmigo. También acepté porque me ofreció un dinero que me hacía mucha falta, pues por aquel entonces estaba sin un duro.

¿Qué sucedió en aquella fiesta privada donde iban a actuar los Rolling Stones?

– Cuando llegué a la casa donde iban a actuar los Rolling Stones, comprobé que todo era un camelo. Que me habían tomado el pelo. Yo no conocía a los Rolling Stones, pero había comprado un disco para familiarizarme con su música. Y cuando llegué a aquella casa vi que aquellos Rolling Stones nada tenían que ver con los que yo había visto en la portada del disco. Pero la cosa ya no tenía solución. Y aquello fue una cosa increíble. Un lio de drogas, de chicas guapas dispuestas a cualquier cosa, de alcohol en cantidades industriales, y con un señor marqués dispuesto a organizar un “numerito” con cama redonda y todo.

Las otras chicas empezaron a desvertise porque el señor marqués importante les iba a tomar medidas para que les hicieran las ropas para actuar junto a los Rolling Stones en su gira por España. Era un día de diciembre de 1971, y yo estaba francamente aterrorizada. No sabía ni qué hacer. Pero afortunadamente, mantuve la calma cuando me tocó el turno de desvestirme para que el marqués me tomara medidas absolutamente en pelotas. Yo me negué. Y dije que podían tomarme medidas conservando las bragas y el sostén. Pero unos lacayos del marqués me “aconsejaron que tenía que quitarme también las bragas y el sujetador. Yo no acertaba a reaccionar, intentaba ganar tiempo hablando y poniendo peros.

Sin embargo, el marqués, y los otros, seguían insistiendo para que me quedase absolutamente desnuda. Y entonces, cuando me encontraba en bragas y sostén, caí en la cuenta de que yo no tenía ni el documento nacional de identidad renovado. Pensaba que la cosa se podía poner muy complicada. Era todo este sin fin de cosas estúpidas, pura burocracia, pero que necesitas en este país incluso a la hora de poner una denuncia, o preparar un escándalo público con la intención de que aparezcan algunos reportajes sensacionalistas en la prensa para que algún productor de cine se fije en ti. Todo este sin fin de cosas pasaba por mi mente.

Como consecuencia de todo esto yo no sabía qué hacer. Por esto mismo les dije que era la primera vez que iba a desnudarme delante de unos hombres y que necesitaba cierto tiempo para mentalizarme. Tomé mi vestido, y me senté en una butaca. Las otras chicas, después de haberle tomado medidas el marqués, comenzaron a bailar completamente desnudas. Mientras tanto el marqués repartía caricias por los cuerpos de las chicas deteniendo su mano o su boca en ciertas zonas anatómicas.

Por todo cuanto antecede, yo aproveché la ocasión para, vestido en mano, y en bragas y sostén, abrir la puerta de la calle y salir a todo correr. No llamé al ascensor. Bajé en bragas y sostén por las escaleras. Y ya en la calle, ante el asombro de varias personas, me coloqué el vestido. Luego, segué corriendo calle arriba. Después paré a un taxi. Finalmente llegué a mi casa. Pero no acertaba a creer que todo hubiese terminado.

¿Supiste algo de las chicas que te acompañaban?

-Sí. Días después me encontré a una de estas chicas y me dijo que se lo habían pasado muy bien. También me dijo que le habían pagado un dinero muy curioso. Entonces caí en la cuenta de que las chicas con las que yo había ido a casa de ese marqués eran prostitutas y que aquello de los “numerito” eran circunstancias propias de su oficio, aunque no fuesen fulanas de esas que hacen la carrera desde un taxi.

– ¿Y cómo llegaste tú a tomar contacto con estas chicas?

– Yo no las conocía en absoluto. Fue cosa del representante que llevó a casa del marqués a varias chicas monas entre las cuales estaba yo!.

Leo Cebrián Sanz