A los pocos minutos de salir al escenario de la Pradera de San Isidro, Ramoncín dejó claro que llevaba un cuarto de siglo sin tocar en las fiestas del santo patrón. La razón, apuntaba, no era otra que su proverbial libertad de pensamiento. Unas horas antes había leído el pregón de la semana grande madrileña ante el aplauso generalizado de la gente del Foro y la indignación (en redes, claro) de los más recalcitrantes, que le acusaban de compadreo con el alcalde José Luis Martínez Almeida. En fin, ninguna situación que no conozca bien el cantante de la capital, que en tantos charcos se ha metido o ha sido introducido a la fuerza.  

Poco o nada de eso fue relevante para los cientos de personas que no querían otra cosa que ver en directo al artista, un pionero del Rock español al que muchos echaban de menos en su faceta musical. Qué daño le hizo su paso por “Crónicas Marcianas”, porque Ramón se distrajo de lo que verdaderamente hacía bien y redujo su actividad en vivo en la ciudad a uno o dos conciertos al año en grandes salas tipo Pachá/But/actualmente La Paqui, donde por cierto “el chico del rombo en el ojo” empezó toda su aventura creativa.

Acompañado también ahora de una solvente banda, el vocalista centra su repertorio en sus grandes éxitos de madurez, con temas indestructibles como ‘Putney bridge’, “Rock and roll duduá”, “Hormigón, mujeres y alcohol”, “Al límite”, “La cita”, ”La vida en el filo” o “Como un susurro”. Ramoncín parecía embriagado de tal emoción que le vimos eufórico y feliz, integrándose con las primeras filas para vivir el reencuentro de cerca y disfrutar de la enorme generosidad del rockerío local.

Los Eléctricos del Diablo son su soporte: una gran formación de soporte al estilo Springsteen y la E Street, en la que llegan a sonar hasta tres guitarras, un bajo, teclado y batería, arropando a nuestro “jefe” particular con enorme profesionalidad y eficacia. A sus 67 años, la forma vocal de Ramoncín no es la mejor de su historia, pero su mejora no depende de otra cosa que de su frecuencia de uso y actuación, que ojalá no fuera episódica y sí regular. A él se le percibe tan contento con esta nueva resurrección que ojalá pase de los aforos selectivos de sus fans más acérrimos a manejarse como esta vez, ante un auditorio al aire libre y en acceso gratuito.

El hombre del chaleco de lunares a la espalda hizo sonar su armónica como en los mejores tiempos del concierto del Anaitasuna de Pamplona, llevándonos a unos recuerdos emocionados que hicieron de la noche una celebración colectiva llena de cariño hacia su protagonista. Dejarse dirigir por semejantes músicos ha sido todo un acierto, ya que Ramón camina con seguridad, sabedor de que en cada momento sus instrumentistas se adaptan como un guante a su ritmo vocal, físico y vital.

Con tan positivo balance general, resultó paradójico que pocas horas después el icónico presentador-escritor-contertulio y mil facetas más respondiera muy airadamente en Instagram al comentario de un amigo de la Generación Z. Fue llegar a casa y Ramoncín debió repasar sus redes sociales hasta dar con el comentario de mi colega, cuyo texto costumbrista fue tomado como una crítica directa y personal hacia su persona. Había mucha ironía en el escrito, pero también un poso de admiración hacia el casticismo rockero madrileño.

Sirva la anécdota para animar a Ramón a que, como tantas veces ha hecho en su vida, “desactive los comentarios” y se centre en disfrutar de la experiencia pre, “durante” y post-música en vivo de unos 67 años que aún tienen mucho recorrido por delante. Más conciertos y menos opinión… y ya verán qué felices somos, tanto él como quienes acudiremos a verle con el ánimo de pasarlo fetén, sin más. Y ya puestos, nos encantó lo que dijo desde el escenario en referencia a los prostáticos que evacuaban en la tapia del cementerio de San Isidro. ¡Respeten el patrimonio y el camposanto, señores!

Leo Cebrián Sanz