Hacía muchos años que no se veía en Madrid una situación tan bochornosa como la vivida anoche en la sala Shôko durante el concierto de Girlschool y Alcatrazz. Aunque estaba anunciado que serían las británicas quienes cerrarían el espectáculo, fueron ellas quienes tocaron en primer lugar sin aviso previo, dejando el horario estrella para sus compañeros norteamericanos. ¿Alguna relación de este hecho con lo que acabaría sucediendo después? Analicemos lo ocurrido.

Se trataba de la fecha final de una mini-gira hispano-lusa que terminaba en pleno miércoles de la primera semana de septiembre, por lo que lógicamente la asistencia fue poco numerosa. Este hecho debió descolocar al cantante, que nada más subir al escenario de la Shôko pidió de malos modos que quitaran el logotipo de la sala para poner el de su “no-banda” -su papel como sustituto de Graham Bonnet es el de un mero suplente por contrato-.

Cuando se llevaban apenas unos minutos de lo que sería un concierto flojo y fallido de este extraño Alcatrazz 2.0, 3.0…, Doogie se fijó en una espectadora que permanecía a un lado del escenario y que había acudido sola al evento. Llevaba una cerveza en la mano y en un momento dado bajó la mirada hacia el móvil. Sin que nadie entendiera nada, el ‘rock-star’ en decadencia arrojó con violencia el micrófono al suelo y de inmediato saltó de las tablas a uno de los escalones de bajada, sobre el que casi resbala con el riesgo de toparse de morros con el suelo.

Poco tardó en recuperarse y llegar hasta la seguidora, a quien recriminó que hubiera usado el teléfono para una consulta. La persona agredida era casualmente una profesional de la representación artística, fácilmente reconocible por su singularidad. Doogie eligió a su víctima con un ojo clínico para la torpeza, la estupidez y la discriminación. Algunos espectadores pensaron que se trataba de una simpática interacción y comenzaron a grabar la anécdota, hasta que la tensión creada dejó claro que de divertido no había nada.

El músico mercenario regresó a las tablas, desde donde señaló a esta persona con el dedo para a continuación espetarle sendos y explícitos ‘Fuck off!!!’ (“que te jodan”), señalando la puerta para que se marchara cuanto antes. La impelida se quedó durante varios minutos estupefacta y sin capacidad de reacción, rodeada de un público que no quiso o no supo solidarizarse con ella. Hasta pasados veinte minutos, nadie se acercó a ella a modo de escudo protector o de mero apoyo. Si esto pasa en los años ochenta, quizás el colectivo habría demostrado algo más de sangre y actitud para defender a uno/una de los suyos/as. ¿Recuerdan aquello de… «el Heavy no es violencia, hasta que se acaba la paciencia?». Pues eso.

Mientras algunos decidimos demostrar nuestra empatía con la persona ofendida, el “bocachancla” de Doogie siguió con sus interminables discursos entre tema y tema, destacando por ejemplo la escasa cifra de espectadores presentes -todo un desaire para Robert Mills, uno de los promotores más generosos y profesionales de la escena, además de una excelente persona, quien no dudó en disculparse personalmente ante la espectadora agraviada-.

El fallido monólogo de ¿comedia? del señor White culminó con un reproche hacia varios espectadores, a los que culpó de que estuvieran hablando entre sí en lugar de escuchar lo que él estaba diciendo: “¿es más importante eso que lo que estoy contando yo?”. Por supuesto, White no se disculpó con el público por lo sucedido al inicio del show ni tampoco posteriormente a las puertas del local con la compañera insultada. Lo que sí le vimos fue subir al microbús de gira junto a las Girlschool. ¿Las tratará en persona igual que a esa otra mujer a la que puso en evidencia para mayor deleite de su propio ego?