Que si son los Queen españoles, que si suenan a Rush, que si recuerdan a Journey… Incluso nos han dicho que no se ha escrito en el Rock español una letra tan buena como la de «Rosas y espinas», sólo comparable a la bella «Cuerdas de acero», de Barón Rojo. Así de positivas se presentaban las expectativas del directo de Dry River el pasado sábado en Madrid, en cuya sala Cool Stage calentaron el ambiente de una fría y a ratos lluviosa noche.

La formación se encuentra en boca de todos y en la capital se encontró con una calurosa acogida del público local, además del venido desde la localidad de Pedroñeras (Cuenca), de la que procede el cantante Ángel Belinchón. El vocalista arrastró a un nutrido colectivo de féminas manchegas, que parecían seguir celebrando el Carnaval de su tierra con las pelucas de color blanco que lucieron durante todo el show.

También hubo audiencia de Ávila, Zaragoza, Castellón de la Plana -de donde es originario el combo- y por supuesto Madrid, donde se ha producido una curioso fenómeno de promoción indirecta. Dry River es ese grupo que, pongas a la hora que pongas el canal temático de TDT Revolution Rock, siempre estarán ahí con alguno de sus videoclips antiguos. El sexteto cuida mucho su producción audiovisual, que les ha servido para dar a conocer sus dos trabajos previos: «El circo de la tierra» (Maldito Records, finales de 2011) y «Quien tenga algo que decir, que calle para siempre» (Rock Estatal, 2015).

Nada es convencional en Dry River, un colectivo que completan los instrumentistas Carlos Álvarez (guitarra, teclados, voces y programación), Matías Orero (guitarra y voces), David Mascaró (bajo y voces) y Pedro Corral (batería). Músicos con gafas, no especialmente guapos… pero dotados para la creación musical más compleja.

El sexto miembro efectivo es Fanfi García, su presentador y animador oficial, que comienza su transformación estética con el disfraz de superviviente de una central nuclear con su máscara antigás en la inicial «Fundido a negro». Fanfi puede convertirse en un monstruo de aspecto indefinido o desmarcarse con una divertida y trabajada tabla de gimnasia mientras pone coreografía a «Irresistible». Entre sus cualidades también figura también su propio e intransferible lenguaje de signos y cartelería icónica, con el que acompaña la letra de «Cautivos».

Dry River es hoy por hoy una de las bandas de mayor nivel técnico instrumental de cuantas hay en España, como demostró en el estreno madrileño de su último disco: «2038». El álbum se enmarca en esa moda tan actual de las distopías -lo contrario de la utopía, que es mucho más fácil de entender- y durante su recital jugó con el equívoco del presente y el futuro, emplazando a los espectadores a participar de ese hipotético «viaje en el tiempo».

Piezas como «Me va a faltar el aire» o «La mujer del espejo» dan vuelta y vuelta al Rock progresivo y Sinfónico más tradicional de los años 70, al que de repente pueden añadir una letra cargada de humor o un inesperado arreglo de saxo… o megáfono. Como son tan buenos y les gusta tanto tocar bien, no dudan en reírse de su incapacidad para componer un éxito al uso con su irónica «Me pone a cien».

Su capacidad para no repetirse les asegura una sesión en vivo de lo más entretenida, con lo que poco a poco van metiéndose en los bolsillos a quienes desconocían esa inusual personalidad que les hace uniformarse -y a veces hasta sonar- como una big band. Unir dos canciones en una misma ejecución o deleitarse con un medley de Prog Rock son otras de sus eficientes armas estratégicas.

El concierto de Madrid también fue un concierto para músicos. Por la sala vimos a Julio Castejón, de Asfalto, Carlos Hervás (Casablanca) y el batería José Martos, ex-Barón Rojo. También ellos se divirtieron con este espectáculo de casi dos horas ante un local prácticamente lleno.

Leo Cebrián Sanz

Fotos: Javier del Valle.