Fue uno de los pequeños “grandes éxitos” vendedores de la última Feria del Libro celebrada en Madrid. “Días de Inmortalidad”, el cómic de Eliseo García y Javier Urrea, ha irrumpido en el mundo de la cultura popular como un más que necesario álbum ilustrado sobre la cultura juvenil de los años 80 vinculada a la calle y el Rock Duro de la ciudad de Madrid.

El libro ha sido publicado por Editorial Drakul y cuenta con un prólogo de Juan Pablo Ordúñez “El Pirata” y sendos QR que remiten a una lista de reproducción de canciones que se “oyen” en el cómic y otro a las secuencias de películas (y un concierto) que se “ven” en el mismo.

Personajes masculinos y femeninos como Beli, Chicle, Chino, Francis, Rata, Mono, Mugre, Negrín, Pelas, Pepepótamo, Rocky y Tarzán dan vida a varias historias interrelacionadas en torno a ocho de ellos, que transcurren en Madrid entre los años 1982 -el del Mundial de fútbol y el concierto de los Rolling Stones- y 1985. Los problemas de los adolescentes de los barrios se ven perfectamente retratados en un continuo deambular por las calles, los parques, el Instituto al que acuden los protagonistas corales y las discotecas y lugares de esparcimiento como las discotecas Argentina o Canciller.

El realismo de la ambientación está tan conseguido que incluso las conversaciones entre “colegas” parecen transcritas de una cinta de cassette grabada de forma secreta. No recuerdo yo que estuviéramos mentándonos a la madre cada dos por tres, pero es verdad que ese cierto aire de agresividad y chulería que se respiraba en la década de referencia existió en los términos y modos que aquí se representan. Porque efectivamente, ni el acoso escolar lo inventaron hace veinte años ni tampoco el conflicto generacional es exclusivo de ninguna década concreta.

Los problemas con los padres, la identidad sexual en tiempos en que ésta era un tabú, las relaciones con el otro sexo o la temprana incorporación al mundo del trabajo se suceden como hilos argumentales de este viaje a las tribulaciones de la chavalería que compartía habitación con sus hermanos, “litros” de Mahou con los colegas en el banco “propiedad” de cada grupo, fiestas privadas en casas de la “peñita” y conciertos en el Pabellón de Deportes del Real Madrid  -impresionante la viñeta que retrata los minutos previos al concierto de Saxon del 83-.

Localizaciones reales como El Rastro o los cines de sesión continua son parte del escenario de fondo de varios episodios paralelos que tan pronto transcurren en una fiesta universitaria como en un salón recreativo o una bodega. La precisión en los detalles resulta abrumadora y es fruto de un trabajo de enorme dedicación y cariño hacia las localizaciones y todo aquello que contextual iza la historia. Incluso en el capítulo final, en el que vemos a algunos de los héroes literarios convertidos en los adultos que son hoy en día, dos camisetas de grupos de rabiosa actualidad como Alcalá Norte o Biznaga ponen en valor el acierto de los autores a la hora de dar verosimilitud a la ficción que se cuenta.

En cualquier caso, mucho cuidado quienes decidan leer “Días de Inmortalidad” como un complaciente ejercicio de nostalgia. Sus páginas están llenas de realismo social, lenguaje chocante visto desde la óptica actual e incluso cierta sordidez, drogas blandas y duras, sexo torpe y furtivo…. y escenas tan auténticas y reconocibles que el recuerdo transita entre la morriña cariñosa y la desmemoria deseada. Despierta una cierta evocación a aquel programa de televisión llamado “Vivir cada día”… y eso siempre es bueno.    

Leo Cebrián Sanz