Conchita Loren, como la Sofía italiana de la que tomó su nombre de artista, tiene un porte estupendo para contar con 82 años. La que inicialmente fuera Conchita de Andalucía es una mujer de categoría, con una biografía apasionante que retrata fielmente las peripecias del mundo de la revista y el teatro de variedades durante la posguerra y el franquismo.

La madre de Azucena ha sido una mujer trabajadora, que tras unos años complicados vivió su época dorada como «supervedette» en El Molino, el local de Barcelona más importante en este tipo de entretenimiento. Su ética de entrega constante al oficio y la capacidad de adaptación artística fueron dos de las virtudes que heredó su hija.

Conchita recuerda así sus comienzos: «Tenía dos carreras: o el teatro o ir a limpiar suelos. No había más. Preferí meterme en el teatro, pero al principio no era muy dada a él. No me hacía mucho. Después, sí. Después ya te llega a gustar. Por lo menos te llega a gustar para que gustes más que las que van detrás de ti. Me decían que era muy buena, que tenía mucho sex-appeal«, afirma con una tímida sonrisa.

Esta otra Loren llegó a ser primera vedette en el templo catalán de la revista, pero hasta que ello ocurrió le tocó vivir una infancia y juventud llena de sacrificios y privaciones. «Si yo tuviera que contar todo lo que ha sido vida, eso ya tiene mucho…», comienza diciendo. «Yo me vine a Madrid a vivir de muy pequeña. La Guerra Civil se terminó rápido cuando yo nací. Ya con doce años empecé en el teatro, que iba con la cartilla de racionamiento de mi hermana para parecer más mayor. Mi hermana se quedaba con la mía, para el chusco (nota de la redacción: el trozo de pan que durante la contienda se repartía como ración a los soldados). Después de la guerra era eso lo que pasaba». Aquel sistema oficial de reparto de la comida fomentaba la picaresca propia de la supervivencia, en unos tiempos en los que había que salir adelante como fuese.

Una vez integrada en el mundo del teatro de manera muy precoz, Conchita se integró en la endogamia propia de la profesión, en la que los cómicos y gentes del espectáculo ambulante eran casi una familia: «Me casé con quince años para dieciséis, porque entonces para muchos las mujeres del teatro todas éramos malas. Muchos no éramos artistas, éramos… otra cosa. Pero bueno, también lo decían de los hombres».

«En aquella época yo me llamaba Conchita de Andalucía», continúa relatando. «Trabajaba con Juanito Valderrama, con la Niña de Antequera, con la Niña de la Puebla, con todas las máximas figuras del flamenco. He trabajado de primera bailaora con ellos y de bailarina. La bailarina era la que bailaba orquesta y la bailaora era la que bailaba guitarra. Yo hacía las dos cosas».

Antes de marcar época en El Molino, Conchita Loren dejó su huella en Madrid: «Yo revista no había hecho, pero como siempre he tenido tanto morro… Me aprendía el papel, el libreto y nada, al escenario. Ahí fue cuando yo empecé a tener mucho éxito en la revista, porque iba mucho público que bueno…, cayéndole bien a algunos ya le caías bien a todo el mundo. Salía así con una ropa, un vestidito que, en fin, no me dio para comprarme un vestido en buenas condiciones. Me estaba corto, pero yo me lo arreglé. Me puse mi escote y mis cosas y, bueno, madre mía cuando salía. ¡La vedette del vestido rojo!».

El circuito escénico de la capital vio su nombre lucir en los carteles del entorno de la Gran Vía, el Broadway madrileño. «En el Teatro Calderón de Madrid me tiré dos años y después en el Maravillas también. Eso fue con una revista de Manuel Paso, Alfonso Paso y el Maestro Cabrera, que era una compañía grande. Luego también estuvimos trabajando en el Teatro Martín. Estuve con ellos dos años y pico y me salió para hacer galas».

Curiosamente, Conchita llegó a trabajar en televisión en el mismo programa que también lo hizo Shelly, de Shelly y la Nueva Generación y posteriormente Malena y Belcebú, otra de las protagonistas junto a Azucena del documental «Ellas son eléctricas»: «Estuve en «Escala en Hi-Fi», que cantábamos pero no cantábamos. Lo hacíamos en playback. Allí salían las hermanas Hurtado y muchas otras que luego fueron figuras. También aparecí en «Club de Mediodía»».

Con la llegada de la democracia y el final de la censura llegó también el final de la revista como entretenimiento popular: «antes de la guerra también había espectáculos, lo que pasa es que salían desnudas y después aquello lo prohibieron. Cuando volvieron los desnudos yo ya lo dije, que iba el teatro a la porquería, que se iba a terminar el teatro de revista y así fue».

Concha tiene claro que la insinuación era la clave del misterio y el encanto del teatro de variedades, aquello que le confería un atractivo irresistible: «El hombre español podía ir a Biarritz (n.d.r.: localidad del sur de Francia a la que acudían los espectadores del tardofranquismo para ver cine erótico) a ver una película o un espectáculo que se viera algo, pero aquí en España, enseñárselo todo, pues no. Porque los hombres sois muy imaginativos: «¿qué se le va ver, qué se le va a ver?» Bueno, pues al otro día seguro que van a ver si se le ve. Como la del tren, a ver si pasa el tren a la hora que él quiere. Empezó todo aquello del desnudo y la gente ya ni siquiera aplaudía. Yo ya no llegué a hacer porque tenía para comer. Si no, quién sabe…».

A la hora de hacer balance de una vida plena, Conchita Loren se queda con el amor de sus hijos mucho antes que con el oropel de sus años de popularidad como primera vedette: «Lo he sido en Barcelona y también aquí. Y he llevado espectáculos y toda esa serie de cosas. Gracias a Dios he trabajado en muchos sitios y muy bien. He tenido a mis hijos porque he querido yo, no para que me ayuden el día de mañana. ¿Que quieren? Bien, ¿que no? Ya he luchado yo para tener cuatro pesetas, cuatro euros, para que me limpien y me cuiden si es que me tienen que cuidar. No he parado de trabajar. He sacado a mi hijos adelante y como dice mi hijo: «mamá, estamos muy orgullosos de ti»».

Hasta aquí llega el somero recorrido por la vida de esta «artista madre de artista», cuyo recorrido profesional estuvo muy ligado al de Azucena durante sus primeros años. Todo lo vivido junto a ella por la cantante de Santa será determinante para que la vocalista se forje una personalidad fuerte y un carácter emprendedor y audaz. Lo analizaremos junto a la propia Conchita en las dos próximas entregas de esta serie exclusiva de Los MejoresRock.com y el proyecto transmedia «Ellas son eléctricas».

Leo Cebrián Sanz