Cruzábamos Madrid en autobús cuando nos vimos rodeados de banderas esteladas, portadas por las miles de personas que el sábado 16 de marzo se reunieron en la capital para defender el derecho de autodeterminación para Cataluña. Algunas de ellas no se subieron directamente a los autocares que les habían traído hasta el Paseo de Recoletos, sino que se fueron a ver a Roba Estesa, la formación 100% femenina que ha renovado el Folk-Rock catalán.

El doble cartel de Caracol constató que por una vez puede haber más chicas que chicos sobre un escenario. Roba Estesa son un fenómeno en su «.cat» natal, donde siguen la senda iniciada hará veinte años por Dusminguet. Con ellas el consabido «buen rollito mediterráneo» alcanza nuevos matices, fruto de la juventud y militancia feminista de sus integrantes.

Una a una fueron subiendo para una festa major de mensajes identitarios y alguna charla de moderado independentismo pro-referendum. En realidad, nada que no esperásemos de una generación que ha crecido en un conflicto social cuyos contemporáneos han mamado desde pequeños, pero que por fortuna no contamina su música hasta el punto de hacerla panfletaria. Siempre se agradece que expliquen en castellano algo de la la letra… y así todos contentos y enterados.

Roba Estesa habla de sus cosas, pero lo hace con el suave mecer de una instrumentación casi asamblearia, con un formato que incluye cantante, dos guitarras -acústica y guitarra-, bajo, batería, acordeón y violín. Sus canciones más populares son ‘Viu’ y ‘Un altre ronda’, la muestra más comercial o accesible de un repertorio muy abierto, que aún habrá de definir su verdadero camino en sus siguientes producciones. La colla cuenta únicamente con una demo y los discos ‘Descalces’ y ‘Desglaç’, que desgranaron con tanto o más tiempo que el otorgado a Huntza.

Sinceramente, este colectivo de chicas «con Power» nos gustaron y entretuvieron más de lo que esperábamos por nuestros prejuicios sobre el mestizaje menos «cañero». Las escenografías del septeto, sus bailes y teatralizaciones son muy propias de la tradición catalana de la representación, un elemento que a todas luces enriquece su espectáculo. Hasta cuentan con su propia traductora de signos, ese gesto solidario que popularizó Rozalén y que ya no hay político que no incorpore a su show. Bien por Roba Estesa, que va a dar mucho juego en los próximos años.

Huntza iniciaron su concierto con ‘Deabruak gara’, el mismo tema que abre su último disco. A partir de este «pepinazo» inaugural administrarían muy sabiamente las dosis de sus ya «grandes éxitos». Apenas si cuentan con dos discos, pero en ellos hay materia prima de sobra para poner a botar a toda una sala. ‘Lasai, lasai’ -de ‘Xilema’, 2019- y ‘Aldanpan gora’ -de ‘Ertzetatik’, 2016- son sólo dos de las tracas de una fiesta continua de estribillos adictivos y la alegría propia del acordeón/trikitixa y la pandereta que portan sus dos caras más visibles, Josune y Uxue, respectivamente. Ambas compartieron una canción con sus compañeras de Roba Estesa, en un gesto emocionante de fraternidad y lucha empoderada, que es como se dice ahora.

Escuchando a Huntza no podemos evitar acordarnos de una actuación de Alaitz eta Maider en la sala Clamores de Madrid. Esa noche de 1998 -la madre que me parió, ¡hace más de dos décadas!-, estas instrumentistas de la trikitixa compartieron junto a Maixa ta Ixiar el escenario de aquella Semana de la Música Vasca que no volvería a celebrarse. El cartel formaba parte del ciclo Nuevas Propuestas Musicales y se enmarcaba en un esfuerzo de la SGAE por normalizar la difusión de la cultura vasca fuera de su territorio natural. Aquel trabajo de las «hermanas mayores» es el que hoy nos permite disfrutar con relativa normalidad de bandas tan autóctonas como Huntza.

Tanto cuando se ponen románticas/reflexivas y tiran por «las lentas» -caso de ‘Imajina’, ‘Ilusioz bete’ o la acústica ‘Olatu bat’- como cuando rompen la baraja y se lanzan al baile de ‘Kalabazak’ o el Ska de ‘Herri unibersitatea’, el vitalismo de Huntza se te mete por los poros de la piel como el olor de esas hiedras  con las que adornan sus micros. La instrumental ‘Arin-arina?’ demuestra que también saben ilustrar los interludios con pasajes no vocales como el que interpretaron sus tres compañeros a la batería, el bajo y la guitarra. Aitor es el violinista, otra pieza fundamental en el sonido de Huntza, la tercera pata de esa silla sobre la que se asienta esta referencia fundamental del nuevo Folk euskaldún, tan preñado de esa alegría que le da la superación de los tiempos oscuros en las calles del País Vasco.

Dos de los momentos más emocionantes fueron la interpretación de las dos canciones de su EP ‘Lumak’, en el que encontrábamos un tema dedicado a los niños enfermos de cáncer y esa ‘Zer izan’ que comparten con las valencianas Mafalda y las madrileñas Tremenda Jauría. Anótenlo como el himno en ciernes de la generación 8M… y si no al tiempo.

Y sí, ya sabemos que no entendemos ni «jota» de lo que cantan, pero ¿a alguien realmente le importa cuando la música trasciende esas limitaciones con semejante poder de convicción? No nos pasa con Rammstein, así que menos vamos a tolerar que nos ocurra con Huntza o Roba Estesa…

Leo Cebrián Sanz