La última vez que vi a Juanjo Melero subido a un escenario fue en un lugar completamente inesperado, a punto de iniciar junto a otros dos músicos una sesión en directo frente a un público poco o nada rockero. Tipos encorbatados y vestidos con elegantes americanas se pedían su copa de turno tras haber visto un espectáculo en vivo sin relación alguna con el Rock. Sorprendido por su presencia, me acerqué a saludarle y no tardó en darme la respuesta que esperaba: «¿Que qué hago aquí? Tío, que tengo cuatro hijos y hay que llevar el sueldo a casa», afirmó con orgullo y su proverbial simpatía.

Juanjo lo dejó bien claro en su tema «Entre la mortadela y el caviar», una de las canciones de su disco en solitario «Filosofía Doméstica», editado en 2008: «Y ya lo dijo AC/DC. Es un largo camino. It’s a long way to the top if you wanna rock and roll». La cosa es que el antiguo guitarrista de Sangre Azul es un luchador absoluto y un trabajador nato, que no ha parado desde que su madre le hacía la ropa de escenario en tiempos de Craneo, su primera formación.

Esta anécdota y otras similares enriquecieron mi primer encuentro con el músico, cuando acompañé a la banda de Sherpa a un concierto en el Centro Penitenciario Madrid IV de Navalcarnero. Conducía Hermes Calabria y nos acompañaba el guitarrista Raúl Rodrigo, mientras en el otro coche iban Sherpa y Jesús Caja, promotor de la actividad en el recinto carcelario y antiguo manager de Barón Rojo.

Las historias de Juanjo se remontaban a cuando aún era un chiquillo entre las bambalinas de los escenarios, rodeado de algunos de esos héroes que «te miran desde la pared», como decía la letra de «Siempre estás allí». Han pasado muchos años y Melero sigue ahí, tras haber tocado en musicales y colaborado con infinidad de artistas y bandas. Ha puesto su talento y versatilidad al servicio de grupos tan dispares como Def Con Dos y Tam Tam Go, demostrando su capacidad de adaptación a cualquier sonido y desempeño laboral. La profesionalidad es su seña de identidad y buena prueba de ello es su última iniciativa personal, la creación de una escuela en la capital para cantantes e instrumentistas con vocación por los sonidos eléctricos.

Riff & Roll se ubica en la avenida de Betanzos, 61, en el madrileño barrio del Pilar, donde las aulas de formación comparten espacio con un estudio de grabación y un local de ensayo. La iniciativa nos recuerda mucho otra similar que en su día impulsó el también guitarrista Alberto Rionda, cual fue (y es aún) la Derrame Rock School en Oviedo (Asturias). Juanjo Melero comenzó en 2012 en la ciudad de Parla con Riff & Roll y la de Madrid es pues su segunda sede en la Comunidad.

Las enseñanzas que imparte abarcan los instrumentos más asociados al Rock, como la guitarra eléctrica, el bajo, la batería, el teclado y el piano, además de las clases de canto y el formato combo o de grupo. Su oferta se completa con la Baby Rock School, para futuros músicos que aún soplas velas en cumpleaños para niños de tres a seis años. De cara al verano la escuela se centra en el público más joven, al que ofrece un campamento urbano para niños con edades comprendidas entre los tres y doce años. Se celebra entre el 25 de junio y el 29 de julio.

En un mercado tan competitivo como el de las enseñanzas «extraescolares», siempre es una garantía saber que detrás de este tipo de academias hay músicos de nuestra cuerda. Además, nunca está de más recordar que Juanjo Melero fue parte de nuestros sueños de adolescentes, cuando una de las discusiones de los ochenta consistía en dilucidar qué componente de Sangre Azul tenía mejor pinta y «molaba» más. Los más «malotes» apostaban por J.A. Martin y su altiva mirada, otros preferíamos el liderazgo innato de Carlos Raya…, pero eran las chicas las que siempre votaban por Juanjo Melero.

Leo Cebrián Sanz