La película “The wrestler” (“El luchador”) me encantó y me regaló uno de los diálogos que más he disfrutado en el cine:

Mientras sonaba en un bar el tema “Round and round’ de Ratt, el protagonista Randy, interpretado por Mickey Rourke, dice: -Joder, ya no hacen música como antes.

El personaje Cassidy (hecho por Marisa Tomei) añade: -Los ochenta, tío, lo mejor.

Randy: -Guns’n’Roses.

Cassidy: -Crüe. Def Lep.

Randy: -Sí, y luego llegó ese marica de Kurt Cobain y lo jodió todo.

Cassidy: -Sí. ¿Qué había de malo en pasárselo bien?

Randy: -Te diré una cosa: Odio los putos noventa.

Cassidy: -Los noventa, una mierda.

Randy: -Una mierda.

El 8 de febrero de 1994, un poco menos de dos meses antes de su suicidio, Kurt Cobain y sus Nirvana pasaban por Madrid por última vez. Fue en el Palacio de los Deportes, a lo grande. Servidor, aunque estaba dolido porque su triunfo en las listas y en la MTV significó el declive del Glam-Metal, Hair-Metal, etc., sintió la obligación de verlos, escucharlos y luego escribir en Los+Mejores la crítica. La noche anterior me había corrido una de esas juergas en las que acabas mojando los churros en cerveza. Me desplomé en la cama y, si mi hermana no me despierta, ni me hubiese levantado para ir a la zona de Goya. (El show se anunció en principio en el Pabellón del Real Madrid pero acabó celebrándose en el referido o así lo reflejé en nuestras páginas. ¿Dónde lo vi, dónde estuve, alguien me ayuda?)

Recuerdo que para mí fue un concierto soso, con unos músicos sin alma que le echaban pocas ganas, nada comunicativos, el repertorio tampoco me decía gran cosa. Por lo menos, ¿algo de escenografía, juegos bonitos de luces…? ¡Nada! Unos cuantos focos sobre los músicos, otros para que el fondo cambiase de color y ya. Para mi resaca, acabé una botella de agua de un litro que colé al recinto (los controles no eran muy férreos en aquella época), escuché “Smells like teen spirit”, que cayó la sexta o séptima… ¡y me quedé dormido!

Si no es otra vez por mi hermana y un par de codazos que me soltó, no hubiese visto ni el tramo final. O sea, me perdí más de medio concierto roncando. ¿Qué coño iba a escribir? Repasando nuestro número 12 (abril/ mayo 1994) me he encontrado la solución: A la salida, pregunté a varios asistentes, anoté sus reflexiones o conclusiones… y listo, así salvé la página prevista y dedicada al concierto de Nirvana.

                                                                                                                                                                                          Jon Marin