Miguel Ríos es un grande. No importa que en su día hiciera una interminable gira de despedida que realmente no fue tal, ni que peque de sobreexposición mediática tan a menudo. A sus 73 años, el granadino exprime todas las posibilidades de una carrera de largo recorrido y lo hace sin miedo al fracaso o el riesgo artístico. Marca de la casa 100% para lo bueno, lo malo y lo regular, pero siempre como ejemplo de su carácter ambicioso y una modélica capacidad de reinvención.

Ayer lunes el creador del disco en directo más vendido de la música española presentó ‘Symphonic Ríos’, su experiencia en directo junto a la Orquesta de Granada dirigida por Josep Pons. En su momento analizaremos detalladamente este CD+DVD, que recoge un concierto grabado el pasado 7 de julio en el Palacio de Carlos V de la capital andaluza, acompañado del grupo de músicos que le acompaña en este tipo de eventos, Los Black Betty Boys.

Como siempre que Miguel se presenta ante la prensa, la expectación era máxima en la segunda planta del Teatro Real de Madrid. Muchos de nuestros compañeros de los medios especializados estuvieron presentes y animaron con sus preguntas una comparecencia más interesante de lo que suele ser habitual, a la que también asistieron extraños personajes como el cronista rosa Luis Mariñas o la futuróloga Esperanza Gracia. Pese al maremagnum habitual de este tipo de convocatorias, el protagonista estuvo más ingenioso, divertido y sincero que nunca.

Miguel Ríos contó anécdotas que nunca había desvelado, como su relación con el político socialista Alfonso Guerra: «Me dio las gracias porque hubiera llamado a un tema «Este es el tiempo del cambio»» -lema de una campaña del Partido Socialista Obrero Español-, pero al parecer nunca hubo manera de que se enterara de que su título era «Año 2000». Incluso reconoció que el vicepresidente socialdemócrata le había preguntado «cuántos diputados en el Congreso le debíamos», en alusión directa a su apoyo al PSOE durante gran parte de los años 80.

Mucho más cómodo que en compañía de Ana, Víctor y Serrat, nuestro Johnny Halliday particular no tuvo reparos en reconocer el valor del Rock urbano de grupos como Asfalto, Topo y Leño como cronistas en tiempo real de la España de la transición. Sin embargo, reconoce que no existe en España un interés por su obra de aquella década que justifique una reedición en vinilo de sus discos de la época: «Ni me lo planteo. Tendría que haber un pequeño clamor para que algo así se planteara», reconoció con humildad.

La sombra de ‘Rock & Ríos’ estuvo muy presente en buena parte de las preguntas, así como la posterior gira de «El Rock de una noche de verano»: «Si no me hubiera distanciado de algunas cosas lloraría de la emoción, como en aquel final de gira en Barcelona, cuando a la salida de Montjuich salían riadas de gente cantando el concierto entero por la calle». ¿Lo recuerdan? Fue aquel acontecimiento masivo que coincidía con el Mundial de fútbol y que pasó a la historia de nuestro Rock por la intervención del locutor Luis del Olmo para tratar de calmar a las masas…

El cantante se reconoció un privilegiado por «poder hacer algo que siempre había deseado y aún le quedaba pendiente», en referencia a este formato orquestal que otros iguales a él en el resto del mundo sí habían podido experimentar. Bromeó con el concepto de gira de ‘Symphonic Ríos’ («es una gira relajadita, porque tengo un mes para recuperarme entre bolo y bolo») y se manifestó deseoso

Minutos antes de que finalizara la ronda de preguntas, Miguel Ríos demostró su señorío y clase cuando se produjo un incidente que jamás habíamos visto en todos estos años de cobertura informativa de estrenos de cine y premieres de discos y giras. De forma inesperada, el presentador del acto avisó de que se iba a interrumpir el acto para que el programa de Televisión Española «Amigas y conocidas» entrara en directo y pudiera preguntar al protagonista del día. Un equipo técnico atravesó la sala de forma intempestiva, ante el asombro generalizado y la reacción de algunos de los periodistas presentes, que optamos por levantarnos como acto de protesta y boicot.

El ente público, ese mismo que ningunea el Rock en cualquiera de sus vertientes y regala minutos de promoción a la empresa privada «Operacion Triunfo», quería amargarnos la mañana para que Inés Ballester y sus chicas inquirieran con alguna de sus habituales preguntas… llamémoslas «ligeras». Miguel tuvo un momento de duda ante algo que no terminaba de entender, pero supo reconducir la situación y cortar de inmediato con tan desafortunado error logístico de la organización.

Todo un señor, como corresponde a quien inventó y desarrolló el negocio del Rock en España, y a quien lo hizo desde su intuición para la difusión de un estilo que siempre lo ha tenido complicado para salir de la marginalidad en nuestro país. Él le dotó de una dignidad que ahora toca defender, como él hizo en la mañana de ayer con este gesto de respeto hacia quienes acudimos a la cita para apoyar y difundir al maestro.

Leo Cebrián Sanz