Cerramos el repaso a la parte más interesante del último libro de memorias de Gaby Alegret, cantante del legendario grupo Los Salvajes. «Segundos fuera» fue publicado en 2022 por The Fish Factory en su línea editorial TFF On Book. Tras una primera experiencia con la discoteca Metal, el vocalista no se rindió y abrió un segundo local donde, esta vez sí, pudo desarrollar buena parte de sus proyectos de programación regular de conciertos y sesiones de Rock Duro y Heavy Rock.
El testimonio completo del impulsor y responsable de este espacio de socialización musical que hizo historia en la capital catalana no tiene desperdicio:
«RAINBOW DISCO ROCK
(La mejor sala que he montado)
La batalla buscando salas no paró para mí después del descalabro de Metal. Yo por aquel entonces actuaba con Los Salvajes en Shadows, y un buen día hablando con uno de los socios, que era economista de La Caixa, me comentó que le habían ofrecido una sala que estaba en Sants. Para mi desgracia, como veréis más adelante, esta sala había sido un baile con orquesta que se llamó en su día Salón Bahía. Fuimos a verla y parecía perfecta.
Estaba ubicada en un edificio clásico de principios del siglo XIX, en una primera planta. Este era el único problema, aunque la escalera de acceso desde la calle era muy cómoda. También tenía, por la parte de atrás, una salida de emergencia enorme para la entrada de consumibles y equipos. La sala tenía en el interior un altillo a modo de reservado con otra barra, y un palco enorme donde pensé en colocar al Dj. El escenario era pequeño, pero lo podíamos ampliar; y, por el contrario, el camerino era muy amplio.
Se formalizaron reuniones con nuestro abogado y el de la sala, y yo les presenté a mis socios un proyecto de explotación. Alucinaron. Finalmente, el traspaso se cerró por unos cinco millones de las antiguas pesetas. El accionariado quedó formado por el economista de La Caixa antes mencionado, también socio de Shadows, un representante artístico, un rey de las salchichas de Frankfurt en toda España, el mismo abogado que nos llevó los tratos con la propiedad y yo mismo. Todos ellos, aparte de la parte proporcional del traspaso en sí, aportaron una buena cantidad para poner en marcha la sala, que básicamente fue pintar, ampliar escenario y poco más. A su vez, la sala tenía un equipo de refrigeración por aire y agua que funcionaba bastante bien, con lo que pudimos dejar un gran espacio destinado a escenario, llenamos de bebida alcohólica los estantes y colocamos tres tiradores dobles de cerveza, la bebida estrella de los rockeros. Para que os hagáis una idea; abríamos de viernes a domingo y sólo en esos tres días se consumían 14 barriles de cerveza Damm frente a una sola botella de whisky, que de hecho casi me la bebía yo.
Monté un equipo de seguridad con Willy al frente y tres gorilas más. También cogimos a una taquillera, una guardarropa y vendedora de tickets de bebida, y otra que se encargaba de la tienda donde teníamos de casi todo: revistas, camisetas, discos, libros, etc., incluso bocatas. De D.J. volvió al redil mi amigo Ricard Altadill. Dos camareros en la barra grande y otro en el reservado completaban todo el personal de la sala. También coloqué tres billares en la planta principal y otro en el privée, además de un futbolín.
Contacté con Robert Mills que me consiguió para inaugurar a Tygers of Pan Tang, una buena banda que estaba en segunda o más bien en tercera fila ya, pero con buena popularidad para los chavales. Como segunda actuación a la semana siguiente traje a Amaro (con Joana Amaro al frente), que ya por entonces rockeaba.
La sala Rainbow la inauguré el día 23 de junio del 87. Llenábamos hasta la bandera y los socios alucinaban. Los chavales heavies se comportaban de cojones; eran educados y nada conflictivos. Si algún día hubo alguna bronca en la sala fue porque se colaba algún palmero aflamencado y empezaban con las palmas; hacer eso era un sacrilegio para los heavies porque lo hacían como mofándose de sus héroes y eso no se podía permitir. Eran cosas menores o puntuales, ya que por lo demás no hubo ninguna bronca ni lío reseñable, ¡qué buena gente! De todas formas, si alguna vez venía la policía para una visita rutinaria, teníamos un timbre en la entrada por la calle Olcinellas que el portero pulsaba y Willy enseguida avisaba a los cabecillas para que escondieran los porros, que era lo único que tomaban los chavales.
Los propios chavales, nuestro público, cuidaban de su discoteca ya que no tenían otra. Para que veáis como eran las cosas, recuerdo que una vez un chaval, en un pataleo con una máquina de pinball, le dio un puñetazo y rompió el cristal. Lo sacaron por el cuello a la calle y allí mismo se puso a llorar y nos pidió por favor que lo perdonáramos, que nos pagaría el cristal poco a poco. Se le impuso tres semanas de castigo sin entrar y estuvo las tres semanas en la puerta oyendo su música, hasta el perdón…
También construí unas guitarras de cartón para los chavales, porque en la pista de baile todos eran guitarristas (haciendo air guitar, se entiende) y se ponían con su guitarra como si estuvieran en el Madison Square Garden. Era toda una delicia. Nuestro proveedor de cerveza Damm alucinaba con la cantidad de barriles que consumíamos cada semana; de hecho, me quisieron llevar de viaje a Alemania, a una fábrica de cerveza, como premio. Los chavales sacaban el ticket de bebida en la entrada, casi siempre vaso de litro, y todos llevaban uno en la mano. Al terminar, eso sí, estaba el suelo de la disco con cientos de vasos por el suelo…
La inauguración fue apoteósica. De mis socios, que desconocían el género, vinieron todos y aunque desconfiaban al principio de nuestro público y de los fans del heavy, inmediatamente se dieron cuenta de lo buena gente que eran mis benditos heavys.
Por el escenario pasaron grandes bandas nacionales e internacionales; hasta llegamos a traer al mismísimo Paul Di’Anno (primer cantante de Iron Maiden), Muro, Ñu, Bruque, Tigres de Metal con Manzano como actuación especial, Bella Bestia, Pedro Botero, 11 Bis… y muchos más. Todo perfecto hasta que el ayuntamiento nos cerró.
Un día sufrimos una inspección en la sala. Nos citaron para una reunión con el Consistorio y allí nos exigieron una escalera de acceso de mayor anchura. Hicimos un proyecto con un arquitecto con la reforma indicada y les pareció bien; pero entonces exigimos una garantía de poder abrir si hacíamos la jodida escalera. Nos barruntábamos que, a pesar del proyecto presentado o incluso si hubiésemos llevado a cabo la obra, nunca nos habrían dejado reabrir. En una reunión previa a un concejal se le escapó decir que se cerró porque era gente muy fea la que atraíamos al barrio…, hijo de puta. El caso es que nunca más se pudo abrir, pues los socios no quisieron jugarse un pastizal en la jodida escalera y que luego no nos dejaran abrir. Por mi parte, yo fui liquidando todo lo que teníamos en depósito y luego entregué las llaves a la propiedad y fin. ¡Qué pena!
P.D.- El día que me despedí de la sala, me quedé un rato yo solo dentro, y me di un hartón de llorar ya que le tenía mucho cariño y amor a ese sitio. Los chavales me enseñaron mucho de cómo vivir y ser feliz con su música, sus conciertos, sus amigos y poco más… Incluso muchos años después me encontraba a chavales en conciertos y me preguntaban que cuando abriría de nuevo la Rainbow, su Disco Rock».
Leo Cebrián Sanz