«El Silencio de la Noche» (1989) estaba llamado a ser el gran disco de Sangre Azul, aquel que habría de procurarles la estabilidad definitiva con la que asumir nuevos retos. El teclista Miguel Ángel Collado, el mejor de su quinta en lo que a Rock Duro se refiere, aportó su sabiduría en canciones como «Cien años de amor». Éste fue precisamente el single de salida, al que completó la cara B de «Sólo rock and roll» y un promocional gratuito con el tema que daba título al álbum. Fue un dignísimo producto, al que las circunstancias externas no ayudaron nada: en Estados Unidos las aguas musicales del cruce de décadas estaban a punto de provocar una revolución de considerables dimensiones y además en España el mercado duro comenzaba a girar hacia una cuarta vía: el magisterio de Barricada y los nuevos grupos de la escuela Leño, con Boikot o Porretas como ejemplos más representativos.

Durante 1990 y 1991 Sangre Azul dedicó todos sus esfuerzos al directo. La gira Metal Hammer -patrocinada por la revista del mismo nombre- les llevó a tocar en Madrid, Barcelona y San Sebastián junto a Ángeles del Infierno y Manzano, en uno de los escasos carteles compartidos dentro del individualista mundillo del Hard nacional. Su estreno fuera de las fronteras españolas fue en Francia, donde sus discos habían sido recibidos con curiosidad y moderada aceptación. Su pequeña incursión por el sur de la nación gala fue el precedente de una gira que se presuponía brillante, pero que resultó accidentada y poco satisfactoria. Fue en México, donde durante cinco noches abrieron para unos Ángeles del Infierno que ya eran ídolos de masas rockeras en el país azteca.

El final de la banda fue extraño y algo amargo. Tras la fallida experiencia mexicana, el quinteto permaneció una temporada en la costa Oeste de los Estados Unidos. Allí los músicos contrastaron su situación en España -donde el Rock continuaba sumido en la más absoluta marginación social y mediática- respecto al privilegio de la música de guitarras en el paraíso rockero de la soleada California. Melero lo vio tan claro que no dudó en quedarse a vivir en Los Angeles. El resto del grupo regresó a Madrid y llegó a maquetar veinte temas nuevos, que sus protagonistas prefirieron guardar en el cajón del material inédito.

La última composición que Sangre Azul prensó en vinilo fue la testimonial «Sangre y barro», la dramática crónica de un accidente de tráfico. Aquellos siete minutos y cinco segundos formaron parte del primer recopilatorio del programa de radio de El Pirata -«Emisión Pirata 1»- (Madrid Records, 1991). La canción fue un generoso legado -casi póstumo- de los músicos, y la punta del iceberg de un nuevo enfoque artístico que se frustraba en su cénit de verdadera madurez. La agridulce sensación de una despedida en ciernes flotaba en el ambiente y «Sangro y barro» parecía estar imbuida del drama de las pequeñas derrotas.

Sin embargo, el tiempo ha demostrado que Sangre Azul lo dejó en el momento que debía hacerlo. Su separación fue efectiva en 1992, el año en que el Grunge arrasó con toda la música dura que había triunfado en el mercado americano desde un lustro atrás. El tsunami artístico provocado por el fenómeno Seattle fue tal que llegó hasta costas como la española, donde los escasos grupos de Hard AOR que aún existían terminaron desapareciendo.

 

Sangre Azul, la aristocracia del Rock

Gran parte del éxito de Sangre Azul radicaba en su buen rendimiento en directo. Muchos de sus detractores «de serie» corrigieron sus prejuicios al comprobar la profesionalidad del quinteto en vivo. La banda enfocó sus actuaciones con una disciplina poco frecuente en el Hard «ochentero» español y procuró unos conciertos llenos de intensidad con los que acallar a sus críticos. Este esfuerzo por revestir al Heavy nacional de la sofisticación y elegancia que no tenía convirtió a Sangre Azul en un foco de resistencia y determinación. Los músicos sufrieron en ocasiones el boicot del público más duro, que nunca logró desarmar la paciencia y tenacidad de los madrileños. Un ejemplo: tocar después de la banda alemana Kreator en las fiestas de San Isidro y una vez más salir airosos de un ambiente hostil.

Visualmente, Sangre Azul logró trasplantar el imaginario del soñado Sunset Boulevard al Madrid de mediados de los ochenta. Su imagen evolucionó desde el self-made de la pedrería y el brillo a una combinación más elegante de cuero y tela vaquera. Siempre cardaron y tiñeron sus pelos, sin miedo a desmarcarse de la camiseta negra y el pantalón pitillo del «jebi» patrio. Su estética, obvio es decirlo, provocó tantos ataques como afinidades.

El grupo protagonizó además uno de los escasos fenómenos de fans dentro del Hard Rock español, un sentimiento apenas repetido con Pancho, el cantante de sus contemporáneos Bella Bestia, y muchos años después Leo Jiménez, ex-vocalista de Saratoga y actual de Stravaganzza, amén de su prolífica carrera en solitario. Para responder al fetichismo de sus incondicionales crearon una modesta pero vistosa línea de merchandise, con esas bufandas tan futboleras que inspiraba su hombre de confianza, el siempre presente McBrian.

Con el tiempo, la añoranza por Sangre Azul acrecentó su prestigio entre los amantes del Heavy en castellano. Incluso aquellos que en su día no reconocieron su labor dieron el brazo a torcer. Al no estar editados sus discos en versión digital, los viejos y más fieles aficionados comenzaron a reclamar las versiones mexicanas de sus álbumes en disco compacto, que llegaron a España como material de importación.

Finalmente, los tres álbumes de Sangre Azul fueron reeditados por EMI Odeon en CD en 1995 (“Obsesión”) y 2000, mientras que en 2003 sus tres LPs integraron una de las cajas genéricas de la serie «Imprescindibles». En la reedición en compacto de su debut se incluyeron dos de los temas del EP grabado tras el premio otorgado por el Ayuntamiento de Madrid, «El rey de la ciudad» y «Todo mi mundo eres tú», cantadas por Tony. Una de ellas ya había figurado en la versión K7.

Carlos Raya desapareció de la escena pública durante unos años, pero fue reapareciendo progresivamente en calidad de intérprete de estudio. Como miembro de Sangre Azul ya había tocado su guitarra para un álbum de Los Cantones de Híspalis, compañeros en la discográfica Hispavox. Con discreción y constancia, el guitarrista fue ganando prestigio entre sus compañeros músicos, que descubrieron en él a un gran instrumentista con una enorme versatilidad técnica.

Raya no tardó en convertirse en uno de los mejores músicos de sesión del país. Trabajó junto a Antonio Vega en los primeros trabajos en solitario del antiguo miembro de Nacha Pop, con quien grabó los discos “El Directo” y “De Un Lugar Perdido». Posteriormente su nombre comenzó a sonar en la industria como productor fijo y mentor artístico de Quique González, de quien se puede considerar su mentor y guía artístico en los primeros años de carrera del cantautor eléctrico.

En 2002 se unió a M-Clan en sustitución de Santiago Campillo, lo que le proporcionó el escaparate en prensa, radio y televisión que habría merecido con su primer grupo. No era miembro oficial de los murcianos, pero su guitarra sí sonaba como tal. Muchos no reconocieron su pelo lacio tras una imagen bien distinta a la de su juventud musical. Su siguiente paso fue como uno más de los Fitipaldis que acompañaban a Fito Cabrales -Platero y Tú- en sus correrías en solitario del momento. A pesar de la seguridad profesional que le proporcionaban sus nuevos colegas -bendecidos por fin por el apoyo masivo del público-, Carlos jamás ha vuelto a disfrutar y sonreír de la forma en que lo hizo con Sangre Azul.

En cuanto a sus viejos compadres, la vida dirigió a cada uno por distintos vericuetos personales y artísticos. Tres de ellos continuaron en el proceloso mundo de la música. José Antonio Martín recaló en la última etapa de Marshall Monroe, de donde precisamente había llegado Juanjo Melero, su «verdugo» en Sangre Azul. Con posterioridad formó parte de Danger, grupo madrileño de AOR en inglés que no alcanzó a ver publicadas sus canciones en un formato comercial.

Juanjo Melero fue el creador de Santa Fe, formación de vanguardia funk-metalera que grabó un homónimo disco en 1993 para la independiente Romilar-D. También él se integró en el circuito de músicos profesionales que opera en Madrid, y ocasionalmente ha vuelto a los terrenos más cercanos al Rock fuerte, como cuando integró la banda en solitario de José Luis Campuzano “Sherpa”, antiguo vocalista de Barón Rojo. Fue guitarrista de apoyo de Tam Tam Go, entre mil ocupaciones más que aún hoy en día le mantienen activo en la profesión.

El primer vocalista de Sangre Azul, José Castañosa «Lili», volvió a llevarse un premio en el Villa de Madrid con su grupo Shazan poco después de salir de la banda de Raya y durante el resto de los años 80 y parte de los 90 se convirtió en un personaje clásico del Madrid rockero. Como creador y titular del nombre comercial, «Lili» montó en 2005 una fugaz versión de Sangre Azul, en la que el único miembro original era él. La aventura sólo duró unos conciertos, pero calmó la sed de los nostálgicos. Su voz volvió a escucharse potente en el primer CD del grupo Harakiri.

Leo Cebrián Sanz

[Texto completo -con insertos inéditos- del cuadernillo publicado en «Sangre Azul. The Platinum Collection», reedición en CD de los tres discos del grupo, publicada en 2008 por Hispavox].