La escena rockero-metalera de Barcelona y la catalana en general siempre han sido heroicas, tanto por su resistencia al olvido del propio ambiente musical local como por lo poco generosos que han sido los medios de ámbito estatal a la hora de dar a conocer sus propuestas. Son muchos los músicos que llevan décadas bregando con su trabajo por la dignificación de los estilos eléctricos más potentes: primero tuvieron que lidiar con los restos del Rock layetano, luego con el dominio del Pop español y en los últimos años con el éxito del mestizaje y las propuestas de fusión en su propia lengua. Son sólo tres momentos y ejemplos, pero bien significativos de sus «molinos de viento» particulares.

Entre los resistentes a todos esos cambios y modas está Santi Leal, un guitarrista con una historia que tira para atrás. Sus primeras grabaciones editadas se remontan a 1993, cuando participó en el disco del grupo Hangar 18 junto al guitarrista Tony Vallés, uno de los grandes «hachas» del Metal español.  Dos años después volvieron a colaborar en un nuevo proyecto y álbum titulado La Era de Ophiucus. A la precedente lista de inquietos movimientos artísticos hay que sumar sus titularidades en Blutaxt, La Duda / MFT (Mary Fly Today) y Pyramid, en los dos últimos casos de nuevo en compañía de su compadre Vallés. En dos de los discos de esta última formación ejerció además como productor.

El nombre de Santi Leal regresó a la actualidad en 2013 en compañía de Felix Bustillo, el bigotudo y carismático cantante de los clásicos Zeus. Juntos recuperaron varias canciones inéditas de la clásica banda Heavy barcelonesa en un efímero Proyecto Zeus, con el que se reivindicaba el legado de los pioneros. Este trabajo en común se prolongó cuatro años después con el disco «Un Ángel Llora» y la denominación genérica de Santi Leal/FLX.

También en 2013 vio la luz el álbum «Sin Rencor (MMXIII d.C.)», el primer álbum de Santi Leal con su nombre y apellido en la portada, ese lógico proyecto en solitario al que inevitablemente estaba abocado como creador constante de música y letras. Un lustro después de aquel primer eslabón llega este «Aquelarre Químico (MMXVIII d.C.)», toda una obra de autor que nos ha fascinado desde su propia concepción como objeto artístico de culto.

Estas doce nuevas canciones se presentan en un lujoso estuche de tres cuerpos, ilustrados por el diseñador gráfico Mikel Román. Un cuadernillo de 24 páginas firmado por el mismo creativo recoge las letras y créditos del disco, en el que también ha participado el bajista Sergi Riera. Santi se ha ocupado de la grabación en los estudios Superictus Music -la casa editora del CD-, mientras que Riera ha hecho lo propio en los Magnánim Studios. El compañero de Leal y Sergi en directo es el batería Eric Rovira.

Como productor, autor, arreglista e intérprete de las canciones, Santi ha demostrado su diversidad compositiva en canciones con letras en castellano y catalán -únicamente «El bruixot»-. Se trata de un disco generoso, de 47 minutos de duración, con una enorme variedad de temas tratados en las letras. Unos son más específicos y otros más genéricos, pero todos ellos se expresan en un lenguaje accesible que entremezcla el sentido del humor y la crítica social, la confesión personal o la simple reflexión sobre la complejidad del mundo en que vivimos.

Musicalmente el ritmo no descansa en ningún momento, oscilando el tratamiento de las distintas piezas del puzzle en torno a dos polos: el clásico molde del disco de guitarrista en solitario (solos y recursos técnicos) y la deriva hacia el álbum convencional de una banda que como tal no existe (canciones con estribillos y dobles voces). No es un disco instrumental del virtuoso de turno -lo que se agradece-, sino que aborda cada composición con la valentía del creador total.

En «Aquelarre Químico (MMXVIII d.C.)» hay tiempo para el Hard Rock, el Heavy Metal, los coqueteos con el progresivo y algunos roces con el Rock alternativo e independiente, el Power Rock melódico «a la americana» y otras muchas variedades de ese gran jardín que es el Rock que gira en torno a las seis cuerdas. Hasta raíces flamencas suenan en algunos pasajes, como una demostración más de su gusto por la experimentación y el riesgo. No hay muchas obras musicales de esta naturaleza en el panorama nacional del género, por lo que valga este primer boceto para encarar una escucha más pormenorizada, que es lo que exige este segundo «cuadro musical» de Santi Leal.

Leo Cebrián Sanz