Con autores como Dimas PL, el Rock también puede ser literatura y la literatura también puede ser Rock. La primera señal fue el hecho mismo de conocerle en el Texola, el bar de los bajos de Opañel, en el mismo madrileño barrio de Carabanchel donde horas antes había estado presentando su primera obra: ‘Superground’. Dimas parecía sacado de las páginas de una novela vivencial e introspectiva de los años 90 -la década que recuperó a Bukowski y reivindicó a los autores americanos de la generación beat-.

La dedicatoria con la que nos inmortalizó sus 165 páginas de relatos cortos ya nos dio que pensar respecto a lo que íbamos a encontrar en sus diez personales narraciones: una deslumbrante y por momentos apabullante dosis de talento con las palabras, con un enfoque casi poético que dinamita los géneros hasta convertir su literatura en una mezcla de géneros y formatos.

‘Superground’ no es el resultado convencional de un taller de cuentos, sino un concierto en vivo de secuencias casi cinematográficas y una atmósfera onírica que una veces es dulce sueño y otras una cruel pesadilla. No resulta fácil adentrarse en la prosa de Dimas, aunque su magia con las palabras y la riqueza de sus recursos y figuras literarias crea una dependencia inmediata. Las ilustraciones de Saúl García Abril interpretan con humor los paisajes emocionales de este escritor, poeta y periodista, llamado a dar un golpe en la mesa de la literatura con códigos del siglo XXI.

Dimas no conoce límite alguno en sus divagaciones y la desbordante imaginación de las historias, pero no por ello descuida las formas canónicas de la ficción. Su estilo es rápido, casi de teletipo o tweet. A diferencia de otros escritores de su quinta, puntúa bien y sabe dividir sus relatos en píldoras directas y visuales, sin dejar al lector la excusa de la falta de atención frente al texto largo. Hay una riqueza de vocabulario que casi se diría provocadora y los diálogos son densos y apasionados, con una rotundidad que a veces roza la sentencia.

A la hora de estructurar sus narraciones, Dimas igual te compone un lienzo rápido (“Ásfil estaba sentada a mi lado”, “El escondite horizontal”, “La señorita Tenenbaum”, “El pase gratuito de los domingos” o “La tumba de colores”, de apenas unas páginas) a un mosaico de ocho piezas (“El ninja sobre el tejado”) o los trece trances de “Antisocial Social Club”. Y en materia de argumentos, Jesucristo es un extraño hippy en “Folk”, el “Ticket Té” se toma en la sala Galileo y “En cualquier caso, insisto, ¡BU!” ejerce como sanador desahogo sobre la nostalgia, el amor y la muerte -casi nada, por eso es nuestra historia favorita-.

Leo Cebrián Sanz