Me imagino a los pilotos de Osezno conduciendo un coche todoterreno por una boscosa carretera rodeada de grandes robles centenarios, un escenario frondoso con un frío que sólo puedes combatir si haces Metalcore. Algo así como llegar a Twin Peaks, pero sin la música de Angelo Badalamenti. Su 4×4 parece preparado para correr un rally y en su carenado lleva pegados adhesivos de sus bandas favoritas: Black Sabbath, Metallica (primera época), Sepultura, Pantera y hasta Söber, Hamlet y Soziedad Alkohólika, que para eso cantan en castellano y las sonoridades son inevitables.
Desde el redoble inicial de «Quién», la velocidad del vehículo permite derrapajes y trompos vistosos, entre cambios de velocidad y acelerones repentinos, como manda la hoja de ruta del Stoner metalizado y el Metal rapeado, que no Rap-Metal. El riff con el que comienza «Despierta» marca la salida de un tramo más, todos ellos identificados con lacónicos y escuetos títulos. Sus letras no lo son tanto, sobre todo cuando aprovechan la alternancia de las dos voces para mostrarse más elocuentes, como sucede en «Sólo una vez». Este atajo en el camino les viene muy bien para dotar a sus composiciones de algo más de variedad.
En el taller no se han dejado ninguna herramienta. Cargaron en el maletero las estructuras in-crescendo, unos desarrollos instrumentales muy medidos y finales agónicos como el de «Vigilia». A medida que avanza la etapa buscan vericuetos progresivos para ganar minutos, sin abusar de unos guturales que impidan entender los mensajes. La «Esencia» se manifiesta en una tensión sostenida que crea ambientes densos pero no opresivos. Ya se hacía en los setenta, pero su gasolina es de octanaje fresco. Las guitarras hipnotizan en una escalada concéntrica de notas llenas de intención.
«Sólo una vez» es su sierra particular, con la que trocear el árbol que ha caído sobre el asfalto. Todo ese esfuerzo conduce a que el motor esté a punto de pararse, pero pasan por encima de las ramas para salir a escape y marcar la meta de «Odia. Rompe el miedo». Una tormenta inesperada complica aún más las cosas, pero durante los casi ocho minutos de «La otra opción» consiguen conjurar el miedo con una hoguera de enigmática percusión tribal. Ha sido un día largo y duro y hay que descansar.
Leo Cebrián Sanz
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