Están siendo habituales en los últimos años las actuaciones del grupo de Josele Santiago y compañía, ya sea en eventos al aire libre o en salas, como ocurrió hace una semana en la sala Cats.
Para abrir boca conocimos la propuesta de El Perro del Bar, banda que ejecuta Rock de Autor con aromas clásicos y que no desentonó en el cartel, gracias a su sonido compacto y al protagonismo de su frontman, Rubén Rodríguez. El grupo nacido en Nuevo Baztán dejó buen sabor de boca al final del show, sobre todo a sus incondicionales.
He de confesar que tenía una cuenta pendiente con Los Enemigos, quizá por ese talante intelectual que alejaba a los de Malasaña de los roqueros de los arrabales, aficionados al Heavy Rock primigenio y al Rock Urbano más áspero. Cuestión de tópicos y de prejuicios.
Josele, Fino, Chema y Manolo deleitaron a sus fans con un concierto de club, vivido a tope por los bulliciosos aficionados que se situaron en las primeras filas para zambullirse en el torrente de decibelios y no perderse gesto de sus ídolos.
El frío inicial se evaporó con la pasión de muchos asistentes, que se estremecían al revivir himnos que han formado parte de la banda sonora de sus vidas. En la etapa emergente de Los Enemigos las canciones pervivían más allá de los likes oportunos de las redes sociales y los artistas surgidos de la nada podían crecer y forjar una carrera estable y hasta exitosa.
Poco a poco y con oficio, la banda se contagió del ambiente y fue desgranando clásicos casi sin interrupción. «Señora» (versión de Joan Manuel Serrat), «Septiembre» o «Antonio», entre otras, fueron argumentos para convertir en especial el inicio de un nuevo fin de semana otoñal.
Los coros espontáneos del público realzaron la voz descreída del austero Josele y subrayaron acordes de un rock castizo, clásico y personal. No faltaron «Yo el rey», «John Wayne» o «Cuenta atrás», con esos emocionantes versos que describen el doloroso paso de la niñez a la vida adulta.
Los bises («Todo a cien» y «Quillo») redondearon una velada ajustada por el ritmo del local, que hacia la medianoche aparta la música en directo para convertirse en discoteca. Todavía dio tiempo a una propina adicional con «Alegría», otra canción para apurar un festejo que se debatió entre la nostalgia y el gozo de comprobar que las tonadas enemigas no pierden vigencia con el paso de los años.
Texto y fotos: Javier del Valle.
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