En nuestra serie especial de esta semana sobre la pasada edición del festival Viñarock, hoy nos la jugamos con un aspecto que desde hace años viene despertando una callada controversia entre los ciudadanos del pueblo, los asistentes al Viña y quienes optan por convertir una fiesta cultural en un aquelarre de música eléctronica radical. Unos las llaman raves, otros Antiviña y los promotores del invento liman su realidad con el apelativo de Viñatek.
Para quienes no sepan de qué hablamos, imaginen un campamento a un par de kilómetros del recinto de los conciertos, rodeados de camiones todo terreno, furgonetas y vehículos adaptados para servir de vivienda y tenderete de bebidas y comida. En esta zona no hay tiendas de campaña, sino una sucesión de instalaciones domésticas de luz y sonido, con pantallas completas de altavoces cual concierto de Manowar, que emiten hardcore electrónico durante días. Los misteriosos «voluntarios» que «regalan» sus generadores de electricidad y pantallas de vídeo llegan antes de que comiencen los conciertos del Viña oficial y se van (hasta este año, como veremos más adelante) varios días después del final teórico del acontecimiento.
Durante las primeras ediciones del Viñarock el Antiviña no existía, pero fue ganando terreno poco a poco ante la desidia de los responsables del festival, que no se atrevían a intervenir sobre esta peligrosa fiesta ilegal de drogas químicas. Los Walter White del ‘Breaking Bad’ nacional se pusieron a cocinar sus «cositas» y convirtieron el Antiviña en una cita ineludible para los adictos al consumo extremo de síntesis, atrayendo al terminal público habitual en estos desenfrenos colectivos.
La tolerancia ha sido máxima con este organizado boicot al festival… hasta que la manga ancha se les ha ido de las manos. A la hora de la verdad, la Guardia Civil prefiere no intervenir para no entrar con los caballos y provocar con su presencia un enfrentamiento violento, por lo que se limita a controlar vagamente los accesos y esperar que los «pies negros» se marchen -denominación que utiliza la propia Benemérita-.
Un helicóptero sobrevuela amenazante en ocasiones, pero la realidad es que no molesta -casi se diría que protege- a quienes optan por este tipo de ocio invasivo y tóxico. De hecho, la dejación de funciones de la Benemérita con los ravers la pagan los asistentes normales al Viñarock, con quienes ni mucho menos tienen tantos miramientos. Este año hubo perros antidroga y controles el último día del fin de semana en la mismísima entrada al recinto.
El volumen al que emiten los equipos es tal que las miles de personas que pueblan los campings del evento han de soportar cada noche un espantoso ritmo machacón similar al de un percutor continuo. Muchos habituales del Viña ni siquiera se atreven a acercarse a este lugar, donde la basura se mezcla con un barrizal completo, ya que los servicios de limpieza no intervienen ni existen contenedores o baños públicos.
El impacto para quienes se animan a vivir un rato la experiencia Viñatek es fuerte, ya que los sentimientos más comunes son de incredulidad, miedo físico, arritmias y taquicardias provocadas por el BPM de la «música» y una sensación final de desánimo y «mal rollo» ante una escena decadente y difícil de digerir. Hay todo tipo de leyendas urbanas sobre este lugar -la de este año hablaba de perros sacrificados con drogas en su interior-.
Visto el panorama, Alberto González, el nuevo alcalde socialista de Villarrobledo se ha puesto manos a la obra para comenzar al «acoso y derribo» al Viñatek, siquiera por el respeto a los 27.000 vecinos de su pueblo que no pueden dormir durante más de una semana. Es el primer paso para el desmantelamiento completo del Antiviña, que además ha encontrado eco en una iniciativa de la página Change.org. El autodenominado Colectivo Por un Viñarock libre de raves ilegales está recogiendo firmas para que se actúe en contra de estos abusos, de los que nada bueno puede salir para la continuidad del propio acontecimiento «viñarockero».
https://www.change.org/p/ayuntamiento-de-villarrobledo-por-un-vi%C3%B1arock-libre-de-raves-ilegales
Leo Cebrián Sanz