“Salò o los 120 días de Sodoma”, así se titula el clásico del cine italiano realizado por Pier Paolo Pasolini. Pero nuestro Salo, el que de verdad nos importa, fue el bajista primero y guitarrista después de los tres primeros discos de Extremoduro, aquella formación que también vivió su propia Sodoma y Gomorra durante los conocidos como “años del caos”. La muerte del músico, que se produjo el pasado martes en Plasencia, ha sorprendido a los seguidores de la gran banda de Robe, quienes no olvidan aquellas obras musicales tan revolucionarias en su época.
Sorprende conocer ahora que Gonzalo Muñoz Hinojal “Salo” tenía 67 años en el momento de su muerte, aquejado de un cáncer. Y sorprende por cuanto el músico ya mediaba la treintena cuando se sumó a la locura de Iniesta. Entre 1988 y 1993, la otra «media mitad» de Robe experimentó la agitada trayectoria de la banda que se inventaba el Rock Transgresivo, posteriormente mutado en Rock Poético o incluso en “Rock urbano de pueblo”.
En 1991, un grupo de grupo de heavies y rockeros ceutíes cruzó a la Península para ver una actuación de un grupo del que empezaba a hablar todo el mundo en el sur de la península. Los afortunados que vivieron aquel concierto de unos primitivos Extremoduro en estado de gracia volvieron extasiados, cual epifanía de un nuevo estilo musical, repitiendo como un mantra expresiones por entonces desconocidas para ellos, como “Jesucristo García”, la que luego se convertiría en inevitable coletilla: “este tío es un poeta” o una estupefacta «es que canta una jota, tronco».
Un año antes, Extremoduro había irrumpido en el imaginario colectivo por su apabullante playback en el programa televisivo ‘Plastic’. Primero fue “Extremaydura” y más tarde “Jesucristo García”, que comenzó a repicarse en los VHS caseros como las tablas de los diez nuevos mandamientos de la Biblia del Rock en castellano. Resultaba complicado competir con la figura de Robe Iniesta caracterizado con una túnica del Mesías y una falsa corona de espinas, pero Salo no se quedó atrás y se enfundó un tricornio de Guardia Civil. Benemérita osadía…
La genialidad tenía también su cruz, y Extremoduro era capaz de inventarse un mundo propio… y también de destrozarlo con su falta de profesionalidad y rumbo vital. Durante el verano de 1992 todavía se comentaba en Almería el desastre sin paliativos que había supuesto su presentación en la cercana localidad de Roquetas de Mar. Quienes lo había vivido seguían teniendo pesadillas con el retraso de la banda a la hora de subir a tocar, con su “espantá” para la hora del almuerzo narcótico y por un repertorio mal tocado y peor cantado.
Bien está lo que bien acaba… y Extremoduro no tardaría en convertirse en la formación que más aportaría al Rock en castellano durante cerca de dos décadas. Buena parte de las primeras canciones se regrabaron y masterizaron para hacer justicia a las composiciones originales, pero para muchos de sus seguidores la magia de las primeras tomas no tenía competencia posible. Ese sonido aparentemente agreste, tosco y poco agradecido con el oyente escondía una magia irrepetible, en la que Saló participo con sus cuatro y seis cuerdas, una vez cedió el puesto de bajista a Carlos “El Sucio”.
Leo Cebrián Sanz