El genio de las ondas radiofónicas ha sido el protagonista del séptimo capítulo de la miniserie “No necesitan presentación”

Más allá de su reciente reconversión en jurado de concursos televisivos, la figura de Howard Stern ha estado asociada siempre al Rock and Roll “way of life”. Por su estudio han pasado artistas tan diversos como AC/DC, Chris Cornell, Iggy Pop, Insane Clown Posse y Elton John, pero, frente al micrófono, nadie puede eclipsar a este estadounidense de 64 años nacido en Queens. Bajo su melena rizada y escondido detrás de unas gafas de sol “que disimulan lo viejo que es”, según sus propias palabras, el alma indomable de este lobo solitario acapara todo el protagonismo frente al mismísimo David Letterman, uno de los máximos referentes del late night norteamericano, en el último de los capítulos de la primera entrega de la miniserie de entrevistas que ha producido Netflix con Letterman como conductor.

La conversación, aunque de ritmo ágil, no rehúye temas peliagudos como la obsesión por el trabajo y la cultura del éxito o las consecuencias en sus relaciones de su tremenda popularidad. Lo hacen desde la serenidad que les aporta lo vivido; Letterman tiene ahora 71 años, por los 64 de Stern, y ambos están ya muy lejos de aquellos ramalazos de histrionismo que marcaban su carácter hace dos y tres décadas. Durante la hora que dura la entrevista somos testigos de la magia que estos dos titanes de la comunicación son capaces de crear de la nada, simplemente con una conversación en el escenario vacío de un teatro, sentados en sendas butacas, frente a frente, mientras fluyen los temas de forma aparentemente casual.

Ante la pregunta “¿se puede ser rico, famoso y tener éxito al tiempo que te sientes como un auténtico miserable?”, Stern nos retrotrae al 1984, el año en que el mundo se entregaba al Tetris  y el encajaba una de las piezas determinantes de su carrera; tras contratar a Don Buchwald como agente, fama y salario por fin comenzarían a crecer parejos. Este fue el detonante que necesitaba su ego para dispararse más allá de lo estratosférico, en los años que quedarían reflejados en la película «Partes Privadas»  -con una excelente banda sonora-. «No entiendo como la gente podía soportarme, porque toda mi existencia giraba alrededor de mi carrera”.


Fuente: Youtube

Para Letterman, el caso fue similar durante sus décadas como presentador  de late nights. La tremenda popularidad y las cifras de audiencia que le respaldaban le llevaron a desplazar su personalidad con la del personaje que se ponía tras la cámara. «Atravesé por algo parecido a lo que cuenta Howard. Todo lo que me importaba era la televisión, hasta el punto de que alejaba de mí todo aquello que hoy en día considero importante en mi vida”.

Cuando la conversación se desplaza hacia su profesión, Stern reconoce ser capaz de controlar hasta el más mínimo detalles de un programa de radio, de improvisar salidas y leer momentos, pero admite ser totalmente disfuncional a la hora de manejarse en el “mundo real” del día a día. Ver los claroscuros de la fama, tal y como los presentan estos dos titanes de la comunicación es una experiencia menos divertida que didáctica, aunque también hay momentos para la diversión y la risa, puede que más que en cualquiera de los otros cinco capítulos de “No necesitan presentación”.


Fuente: Youtube

Letterman cierra la primera parte de su trabajo para los Originales de Netflix dejando claro que el animal de escenario que lleva dentro sigue vivo y que puede sacar grandes momentos con un set minimalista, aun a costa de sacrificar el ritmo en ciertos momentos y de la necesidad de recurrir a contenido paralelo, no siempre muy bien traído, para completar el metraje de la mayoría de los episodios.

Por su parte, Stern sigue con el proyecto radiofónico con SiriusXM en el que se embarcó en 2015, más sereno, más maduro, pero con la misma capacidad para cautivar al oyente desde su discurso, implacable y explosivo.