Ángeles Rodríguez Hidalgo, “La Abuela Rockera”, fue uno de esos maravillosos milagros que propiciaron los irrepetibles años 80 del rock duro español. Su actitud ante la vida, la música y el rock en general fue un ejemplo intachable de cómo se puede envejecer con una visión independiente y original de la diversión y el día a día. Su generación -y ya de paso la de sus hijos- no entendía ni apoyaba a esos nietos melenudos que simulaban tocar instrumentos invisibles. Sólo “La Abuela” consiguió dinamitar este abismo generacional. Lo hizo de forma espontánea y se convirtió en un icono para el rockerío nacional, tan huérfano de referentes con los que asentar su identidad.
Su irrupción en el mundillo del heavy-metal nacional no fue repentina. Ángeles llevaba meses siendo protagonista indirecta de las noches madrileñas. Lo hacía en calidad de oyente de “El Buho”, el popular programa del periodista Paco Pérez Bryan, que se emitía en Radio Juventud. Muchos oyentes creían que la voz de Ángeles era la voz de una actriz. Resultaba inconcebible que alguien con su edad solicitara canciones de AC/DC y Leño. ¡Tenía 73 años y le gustaba ‘Highway To Hell’! Una noche, su nieto rockero la llevó a la emisora y ahí comenzó la leyenda.
Poco a poco “La Abuela” comenzó a aparecer en actuaciones y festivales, siempre de la mano de algunos cómplices noctámbulos a los que doblaba la edad. A medida que esas salidas se repetían, su figura pública se popularizó. Esta vez eran los músicos quienes se acercaban a ella: Luz Casal, Miguel Ríos, Ramoncín, Barón Rojo, Obús, Sobredosis… todos asumieron a la anciana como parte del movimiento del hard madrileño.
La gente la quería de verdad y los gritos colectivos de “¡Abuela, abuela, abuela!” alcanzaron el rango de rito obligado en los conciertos a los que asistía.
Eran otros tiempos en los que la televisión “basura” y los espacios de testimonios aún estaban por llegar. Ángeles protagonizó un docudrama de la serie “Vivir cada día”, pero ni siquiera la repercusión del programa a escala nacional logró modificar sus costumbres y actitud. Esta andaluza de corazón tenía mucho mundo. Gracias a ello, “La Abuela” siempre salía indemne de la trampa mediática que su presencia despertaba. Su naturalidad nunca menguó, adaptándose con intuición y sentido del humor a cuantas situaciones “extremas” le llevaba su agitada vida nocturna.
Sin embargo, durante varios años su protagonismo creció tanto que no fueron pocos quienes se acercaron a ella con desmedido y sospechoso interés. “La Abuela” no sabía decir que no y en un momento dado pareció un fetiche con el que unos y otros jugaban. Periodistas, músicos, interesados varios… todos querían una foto con ella, la portada de un disco o el título de “padrino” oficial. Quizás este exceso alejó a Ángeles de los ambientes rockeros. Sus nuevos amigos seguían en la radio, pero esta vez se llamaban Encarnita Polo o José Manuel Parada (sí, el de “Cine de Barrio”).
Ángeles, que compartía su amor por el rock potente con su afición a bailar sevillanas, se manifestaba también devota de la Virgen del Rocío. En efecto, “La Abuela” le rompía los esquemas a cualquiera. Quien mejor supo entenderla fue Mario Scasso, el fotógrafo y eterno animador de la escena heavy en el Foro. Él estuvo a su lado antes, durante y después de los momentos de fulgor.
Su muerte sobrevino en diciembre de 1993. Ángeles había nacido con el siglo y dejaba este mundo después de disfrutar de la vida con más intensidad que en cualquier otra etapa de su longeva existencia. Varios meses después, Mario organizó un homenaje en la sala Canciller II en el que participaron diversos grupos. Entre ellos se encontraban unos jóvenes Lujuria y Mägo de Oz. El tributo culminó con la colocación de un busto de “La Abuela” en el madrileño bulevar de Vallekas. Ángeles inmortalizó su legado con una efigie que recreaba la famosa fotografía de los cuernos.
Por encima de cualquier otra consideración, Ángeles Rodríguez Hidalgo fue una verdadera dama de la que nunca pudo hablar mal nadie. Y por supuesto, “la abuela que a cualquier rockero le habría gustado tener”.
Leo Cebrián Sanz