Buena la lió, en estos tiempos de memez políticamente correcta, el tito Lemmy con las fotos promocionales de su último disco. Por supuesto, la noticia, como era de esperar, para la prensa cutre española, no es que una banda con más de 35 años de historia saque nuevo disco, sino -¡horror!- que su líder pose con una gorra de las SS.
Así se publicó en 20.minutos.es: “La Justicia alemana ha iniciado una investigación sobre Lemmy Kilmister, líder del grupo de hard rock inglés Motörhead, por posar con una gorra de las SS nazis en el diario alemán Ostfriesen Zeitung. De momento, todavía no hay una acusación formal.
El músico, que ha reconocido en varias ocasiones que es coleccionista de artículos y uniformes militares de estética nazi, podría incurrir en propaganda nazi, prohibida en todo el estado, según recoge El Mundo. De cometer delito, las penas oscilarían entre tres meses y varios años.
El artista se ha defendido asegurando que el uniforme es ‘brillante’ que eran ‘las estrellas del rock de esos tiempos’ y se pregunta si es nazi «al portar una prenda de esas características y con una historia negra detrás.”
Bueno, estos lamemiembros de periodistas tendrían que tener en cuenta varias cosillas, pero, claro, eso sería si conocieran mínimamente la historia del Rock y la querencia que siempre ha tenido por la parafernalia nazi, porque, además, entre otras cosas, los uniformes nazis molan, qué coño. Que levante la mano el que de pequeño no quería tener el Geyperman de soldado alemán. Molan, como mola Darth Vader, como molan las pelis de Drácula, como mola cualquier villano de una buena película, y psicópatas como Hitler y su camarilla tienen su (morboso) atractivo. No en vano, los uniformes nazis estaban diseñados por una marca con mucho estilo. Investigad.
Pero me dispongo a comentar algunas de esas cosillas que estos periodistuchos, que se escandalizan porque este señor lleve un adorno, que lleva treinta años portando, de unos tipos que perpetraron una tragedia de hace 60 años, y que no se escandalizan porque unos hijoputas mandamases (uno de ellos, Bush, descendiente de un tipo que fue el banquero de Hitler en los U.S.A.) se harten a cenar ostentosamente para hablar del hambre en el Tercer Mundo.
Hay que tener en cuenta que el tito Lemmy nació justo al final de la 2ª Guerra Mundial, y en Inglaterra, algo que debió de marcar a los chavales británicos de por entonces. No solo eso, sino que el tipo es un erudito en historia y pertenece a la generación de Rock stars que utilizaron una imagen y una parafernalia, atractiva a la vez que provocativa, que no tenía la carga de hoy en día, al no haber neonazis dando el coñazo con sus gracias a todas horas en la prensa. Para Lemmy, al igual que para muchos otros rockeros de su quinta, el rollo nazi era más provocación que otra cosa, y simple estética malota.
La imaginería nazi siempre ha estado presente en el Rock desde los tiempos en que los Hell’s Angels se trajeron a los USA todos los trofeos del enemigo, tras la gran contienda, hasta los uniformes nazis que lucía en algunas juergas Keith Moon, las gorras nazis de Jimmy Page, las esvásticas de Ron Asheton de los Stooges, las dos eses del logotipo de Kiss (cuyas cabezas pensantes son judías), la querencia por dagas alemanas de Dee Dee Ramone, la esvástica que lucía en su pecho Sid Vicious (y éste más que nazi, lo que tenía eran menos sesos que un mosquito), la cruz de hierro que gustaban de portar los Cult, o el águila de Saxon, de clara inspiración en el águila que solían mostrar los nazis. Eso sin contar las gorras de cuero de Mercury y Halford, de inspiración lederona homo, que a su vez es inspirada en los psicópatas de la raza aria.
Pero ahora, de pronto, en estos tiempos de hipocresía y corrección política, todo dios pone el grito en el cielo por una foto que en los setenta o los ochenta ni hubiera llamado la atención. Ya ven ustedes, un tipo al que le gusta Little Richard, que fue roadie y amigo de Jimi Hendrix, que ha tenido groupies y novias de todas las razas, que tiene una nuera de color, y que su mánager es judío, además de ser uno de los asistentes al funeral de su amigo Phil Lynott, de pronto, es crucificado en aras del sensacionalismo más penoso.
¿Saben estos periodistuchos tan concienciados de dónde procede la fortuna de un ricachón alemán, nacionalizado suizo, que dejó en herencia a su viuda una fundación de cuadritos? Eso es lo que debería de escandalizarles y no otras cosas.
Por cierto, si les duele la cabeza, tampoco usen aspirinas, ni compren coches Ford, por mucho que mole el Mustang.
Antonio Sánchez (publicado en LosMejoresRock.com en 2009)
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