El pasado fin de semana del viernes sábado 5 y domingo 6 de octubre tuvo lugar una nueva edición del festival MadBlue, un concepto que se extiende más allá de lo musical, ya que durante varias jornadas aborda problemáticas medioambientales y de calidad de vida. Este año dos de las actividades paralelas han sido la carrera Run to the Earth y la feria MadFood Fusion Gastro Latina, cuyos camiones-restaurante estaban justo en el acceso al recinto de los conciertos.

En 2023 los dos días de actuaciones tuvieron lugar en el Parque del Oeste, pero el cambio de ubicación al homólogo Juan Carlos I ha sido a todas luces un acierto. El público continúa padeciendo la falta de visibilidad que le da la situación de la torre de sonido en medio de la pista -sin pantalla que salve la papeleta-, pero es cuestión de tiempo que la organización encuentre un acomodo definitivo en este mismo espacio verde del Campo de las Naciones.

Este redactor asistió a la jornada dominical entre un público muy familiar en el que había numerosos niños y niñas. Por eso mismo sobró por completo el comentario de Dollar Selmouni -una especie de Omar Montes de saldo- cuando soltó a la audiencia aquello tan fino de que “os comería a todos la polla y el coño”. Salvo este disparate de contratación, el resto del cartel resultó muy variado e interesante.

Quienes optaron por estar ahí desde temprano tuvieron la suerte de ver y escuchar a Albertinny, “ex” de la banda Izal, al que colocaron a primera hora, justo en el tramo más alejado de su antiguo compañero Mikel. Pero fuera suspicacias, ya que ambos se siguen en Instagram y no pierden ocasión de apoyarse mutuamente en esta red social. Más tarde siguieron saliendo en tramos de quince o veinte minutos de música en directo los distintos invitados de la tarde, como Marwan y Paul Alone, en esa extraña ruleta de la que MadBlue ha hecho bandera: no dar a conocer los horarios y orden de aparición de los artistas para que la expectación y sorpresa no decaigan.

La convocatoria se tomó muy en serio el asunto de la paridad, ya que dos mujeres tomaron el control de la sesión vespertina: Marta Soto y María de Juan, con sendas propuestas que combinaban la canción de autor y el Pop electrónico de vanguardia y raíz, respectivamente. Más desapercibidos pasaron otros nombres de este autodenominado “Concierto para los Océanos”: Melifluo, Garabatto y Marc Dorian con su DJ Set.

Con las primeras sombras de la noche empezó lo bueno, cuando un público extremadamente educado y muy paciente con los DJs que entretuvieron los distintos recitales se disponía a disfrutar de las grandes estrellas del MadBlue.

Álvaro de Luna se empeñó en hacer caer la espectacular lona roja de la gira con la que presenta su disco “Uno” y provocó cierto retraso en la escaleta del festival. La espera mereció la pena, ya que este vocalista se acompaña de una banda de un Rock muy potente que contrasta fuertemente con sus canciones. El cantante se maneja como pez en el agua en un mar donde conviven el Pop de un Melendi actualizado y sonidos comerciales que despiertan la euforia adolescente, que también las había gracias a la tutorial compañía de progenitores y tíos/tías.

Controlada rebeldía, pero mucho más de lo que esperábamos “del ex novio de Laura Escanes, la que fue mujer de Risto”. Por nuestra parte, adiós a las etiquetas de las redes sociales y bienvenida al artista ambicioso y en claro proceso de crecimiento musical. Fue la sorpresa del día, no cabe duda.

El asunto de Mikel Izal adquiere tintes más épicos. Ha construido una comunidad de fans que responde en masa a sus citas, como la vivida en Alcalá de Henares hace unas semanas. Algunos de aquellos espectadores debieron repetir en esta segunda comparecencia madrileña, en la que apenas si pudo bocetar su concierto por capítulos, una fórmula temática de la que sólo pudimos disfrutar en su primera entrega. La emoción que transmite el vocalista ha roto los moldes del Pop Indie gracias a un planteamiento muy arriesgado, cual es la transformación de su grupo en un combo de ¡¡tres teclados!!, una simbólica y apenas presente guitarra y una batería situada de forma transversal a un lado de la tarima.

A juzgar por la calidad de sus composiciones, el navarro parece haber encontrado la fórmula mágica de su conexión con el respetable, que se emociona hasta las lágrimas con canciones como “El paraíso”, las dos partes de «La fe» o “La mujer de verde”, de la banda a la que dio nombre. Hay algo de ceremonia y mucho de magia en la puesta en escena de este artista, que por momentos parece frágil y otras doliente, aun cuando realmente se le vea feliz y exultante -incluso liberado- con esta nueva etapa de su trayectoria musical que tan buena acogida está encontrando.  

Leo Cebrián Sanz

Fotos: Nuria López-Guerrero.