Además de las amplias reseñas de lo sucedido con tres de los grupos que más brillaron en la última edición del Viñarock (Desakato, Mägo de Oz y Mafalda), finalizamos la amplia cobertura del evento -denuncias incluidas- con algunas notas sueltas sobre parte de lo que pudimos ver en los tres días centrales del evento. En esta primera parte de la ronda definitiva figuran algunos de los grupos presentes más afines a los sonidos del mestizaje, el rock con raíces, el Ska-Rock e incluso el Hip-Hop. Mañana dedicaremos un último capítulo al Metal, el Rock Duro y el Rock de corte más clásico.
Talco y Banda Bassotti. Los hijos naturales del Ska-Rock político de la Banda Bassotti coincidieron con sus padres artísticos en su reivindicación del italiano como idioma de lucha internacionalista. Viva Europa cuando Europa se respeta a sí misma… Talco se resarcieron de su decepcionante concierto de 2016 con un repertorio más medido y mejor ejecutado que entonces, que demuestra que para un colectivo de músicos la carretera es la mejor escuela. Han girado durante meses y se nota; por fin pusieron el listón a la altura adecuada.
Por su parte, los autores de ‘Figli della stessa rabia’ poco tienen que ver con aquellos que arrasaron en el País Vasco en los tiempos de su hermanamiento con Negu Gorriak ‘. Aun así, los viejos luchadores son ya un clásico que hay que ver al menos una vez en la vida para entender el origen y la evolución del género en los últimos años. Crecieron en los tiempos en que Berlusconi convertía su país en una vergüenza continental, pero ahí estaban ellos como el primer día, firmes en la barricada de las ideologías.
Lagrimas de Sangre. El fenómeno de la temporada para esa franja de público muy joven e idealista, que se identifica con mensajes positivos aunque no por ello resignados o superficiales. LDS es una banda más política de lo que parece, pero su carácter mediterráneo suaviza las formas hasta parecer que nos encontramos en la playa de su vídeo «Voy a celebrarlo». Tocar con la luz de la tarde y algo del deseado sol convirtió su hora y veinte minutos de show en un acontecimiento de entrega total entre grupo y audiencia. Emoción arriba en el escenario ante la respuesta recibida por parte de quienes son ya «los consentidos» del curso 2016-2017. Raptizaje que no es Hip-Hop, pero que gusta a todos.
Amparanoia. A estas alturas de la película, no entendemos bien que Amparo Sánchez siga mostrando un tipo de fusión musical tan anclado en los años 90, cuando las reglas del mestizaje aún estaban por definir. Cada artista tiene su momento y aquella década fue propicia para el grupo, pero las nuevas generaciones han aprendido rápido y el público ignora a los precursores. Quizás con otro nombre y planteamiento menos unipersonal la cosa funcionaría mejor -véase a Kiko Veneno, más centrado que nunca en compartir su talento con un potente colectivo de instrumentistas-.
Green Valley. Un fenómeno sociomusical que crece año tras año, sin que los medios generalistas se enteren de nada. El raggamuffin reina desde el «valle verde» de un combo que proclama los valores de la fraternidad universal en torno al consumo de la marihuana. Su vocalista y compositor es un tipo con carisma que embruja con su música de suave dancehall y mensajes antiautoritarios y animalistas.
La Pegatina. El Red Bull artístico de cualquier festival. Séptimo año consecutivo en el Viñarock y regreso al formato sencillo tras la aventura de «La Gran Pegatina». Cuesta verles sin una voz femenina que les venía de maravilla y sin el caos formado en el escenario con sus invitados del último año, pero no hay culo bailarín que se resista a la positividad y alegría que comanda ese doble de Gerad Piqué que es su cantante Adriá Salas.
Aspencat. ¿Qué pasa en la Comunidad Valenciana que todo lo bueno llega de allí en los últimos años? La Raíz, Mafalda, Zoo… y Aspencat son la punta de lanza de un movimiento contestatario nacido a la sombra de la represión política y cultural ejercida por el Partido Popular durante los años anteriores a la llegada de Compromís a las instituciones. La mezcla de rap, conciencia social y ritmos bailables convierte los conciertos de esta formación en una irresistible verbena de flow percusivo y acompañamiento de metales. Impresionante el vaivén de manos en temas como ‘Quan caminàvem’.
Gatibu. Los de Gernika no dijeron una palabra en castellano ni siquiera por deferencia a quienes no hablamos euskera -lástima por todos a la hora de normalizar las relaciones entre todos los pueblos de la cosa ibérica-, pero ofrecieron un concierto memorable, cuajado de sus grandes éxitos y algunos temas de su última grabación. El quinteto que comanda el carismático Álex Sardui es una perfecta y engrasada máquina de Pop-Rock en dialecto vizcaíno, por cuyas melodías y estribillos matarían decenas de grupos del estilo. Canciones realmente logradas, que en directo no desmerecen de su versión original en el estudio.
Kase.O. Para algunos fue una de las decepciones del encuentro, porque amigos, no queda más remedio que reconocer que Javier Ibarra ha madurado. Su estancia en Colombia le ha devuelto bailongo y sentimental, más personal que nunca, frente a una audiencia algo desconcertada que echaba de menos su agresividad al frente de Violadores del Verso. Kase.O se parece cada vez más a Nach, lo que desde luego tampoco está nada mal.
Leo Cebrián Sanz
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