Tras analizar parte de lo que se pudo disfrutar en el plano artístico en la última edición del festival Viñarock, hoy nos ocupamos del espinoso asunto que tanto ha dado que hablar en los últimos días, como ha sido la nefasta organización del evento. Con la libertad y legitimidad moral que nos da haber pagado religiosamente la entrada y el acceso al camping oficial, llega la hora de rendir cuentas con quienes han convertido la cita en una simple maquinaria de ingresar dinero.

2017 quedará en el recuerdo por la lluvia y el mal tiempo, especialmente intensos en las jornadas del viernes y sábado. Siempre quedan bonitos en estos acontecimientos esos momentos de solidaria lucha contra los elementos, pero cuando la metereología se muestra inclemente son los responsables del espectáculo quienes deberían velar por la seguridad y comodidad del público asistente.

En el caso del Viña, la dejación de responsabilidades fue casi absoluta. Un año más, la señalización resultó escasa y poco detallada -hubo personas que se pasaron cuatro horas buscando el camping de pago al ser su primera vez en Villarrobledo-. El número de baños se reveló escaso, por no hablar de la regularidad con la que se limpiaron. No se puede pedir un mínimo de urbanidad o higiene cuando prácticamente se está invitando a la chavalería a abonar el campo con sus propios productos. Porque si vamos del palo «pies negros», entonces habrá que exigir que nos dejen entrar a los perros…

De todos los desastres posibles, uno de los mayores fue el del glamping, cuyo significado en inglés viene a ser «camping con glamour». Pues bien, nos gustaría que los millonarios accionistas del Viñarock pasaran un par de noches en tan sofisticado lugar, donde no encontrarán baños públicos, puntos de luz con los que poder manejarse en la oscuridad o guías luminosas para poder localizar las tiendas en la negritud más absoluta. Los senderos de acceso no existen… se los trabaja uno mismo.

Si los usuarios del campamento quieren respetar el medio ambiente y arrojar sus basuras tendrán que llevarse sus bolsas el exterior del vallado. Pueden hacerlo de camino a los váteres situados justo enfrente, pero a los que no se puede acceder por el pequeño puente (cerrado al tránsito), que une las dos orillas del pequeño río que cruza el parque. Hay muchos árboles en el camino, así que cualquier vale para dejar la huella biológica, siempre tan ‘eco-friendly’.

El viernes por la noche la zona del glamping recibió la entretenida presencia de la Guardia Civil, requerida por los grupos de personas que se habían encontrado sin tienda ni sitio para dormir, pese a haber pagado su alojamiento. Como se habían vendido todas las plazas disponibles, Viñarock se desentendió de quienes se quedaron sin techo para guarecerse durante el chaparrón de agua.

No existían carpas de repuesto o emplazamientos de guardia que sustituyeran a las tiendas que había destrozado la lluvia o el temporal de viento. Tampoco para quienes sufrieron goteras o la inundación directa de las mismas. «Hay que anular la 58 y 59. Cambio», decían los desbordados chavales que trabajaban como coordinadores.

En vista de que la tensión aumentaba, algunos afectados solicitaron las hojas de reclamación de un servicio ya contratado y que la gerencia se negaba a proporcionar. Oh, sorpresa, Viñarock no tiene previsto que nadie se queje y por lo tanto carece de los formularios precisos para hacerlo. ¿Y cómo demostrar que se ha tenido que dormir al raso o en los coches? Pues su palabra contra la del cliente…, que en el caso del Viña nunca tiene la razón.

Las fotos que ilustran esta denuncia concreta fueron tomadas el domingo por la mañana, cuando durante unas horas lució el sol. Imagínense esto mismo en un entorno de caudal de agua de varias horas de duración o de un vendaval típico de mar Cantábrico.

Tampoco se queda atrás la problemática de las entradas y salidas del recinto de los conciertos. Cada año volvemos a las imágenes de cientos de personas caladas de barro hasta las orejas, pisando sobre un barrizal imposible que en ocasiones se convierte en un pequeño lago de agua estancada. Y todo ello porque la miserable intendencia del Viña no es capaz de gastarse una mínima parte de los miles de euros que ingresa en el asfaltado de los caminos de ida y vuelta. ¿Será que el desfile de zombies también es glamuroso?

A este respecto, resulta muy interesante el siguiente artículo sobre la nula capacidad del Viñarock para adaptar sus instalaciones a la circulación de personas con minusvalía o dificultades de movilidad:

http://www.diarimes.com/es/noticias/tarragona/2017/05/03/vina_rock_esta_preparado_para_recibir_personas_con_paralisis_cerebral_18545_1091.html

Ya en un plano casi anecdótico, este año no hubo apenas transmisión de los conciertos por pantalla grande y la ausencia del streaming por Internet fue completa. Faltaron asimismo los cajeros en el interior del recinto, se eliminó la práctica totalidad de los puestos de ropa del mercadillo, y los stands del Viñagrow salieron de su zona acotada y redujeron notablemente su presencia y visibilidad. Tampoco brilló la eficacia en el diseño de los horarios y sucesión de artistas sobre los distintos escenarios, ya que se produjeron coincidencias tan frustrantes para los aficionados como las de Kase.O y La Pegatina, por poner un ejemplo.

En definitiva, mucho apoyo a las proclamas que los grupos arengaban desde el micrófono tipo «revolución, revolución», pero a la hora de la verdad es el lucro puro y duro el espíritu que preside las reuniones de los capitostes del Viñarock. Si este festival sobrevive es por la voluntad de público y artistas… Que no lo olviden quienes se llenan los bolsillos de «Tuentis» -por cierto, la moneda oficial del festival-.

Mañana nos ocuparemos del Viñatek, que también tiene lo suyo.

Leo Cebrián Sanz