SKAY BEILINSON Y LOS SEGUIDORES DE LA DIOSA KALI

Heineken. Lunes, 22 de febrero de 2010. Madrid (España).

En 1978, un argentino genial llamado Moris Birabent caminaba por el centro de Madrid cuando se inspiró para componer “Nocturno de Princesa”, un retrato costumbrista de la vida en la capital. El lunes pasado, mi particular “Nocturno de Princesa” comenzó en uno de los primeros números de la calle del mismo nombre, donde unos tipos extraños desplegaban un enorme paño de color negro.

El grupo de locos se empeñaba en colgarla desde una de las balconadas situadas frente a la sala Heineken, donde esa noche actuaba Skay Beilinson, mítico guitarrista y fundador de la desaparecida banda argentina Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. En la gigantesca pancarta se veían tres iconos: una efigie del Che, otra de Maradona y el dibujo de una figura rompiendo unas cadenas, que pronto identifiqué como la portada de “Oktubre”. Las únicas pistas escritas eran un gigantesco “Argentina” y la enigmática frase “Vivir sólo cuesta vida” (luego me explicaron que es un verso de la “Ropa sucia” de los Redondos). Así fue como comenzó mi viaje y conversión al mundo “ricotero”, un fenómeno único en el mundo y uno de los más extraños ritos a los que he asistido nunca.

Mi amigo retrataba la escena mientras se lamentaba de la escasa asistencia, apenas unas doscientas personas de un lluvioso y frío lunes en la capital de España. Sin embargo, la supuesta gelidez del ambiente comenzó a desmoronarse cuando entraron en la discoteca unos nuevos fanáticos del trapo albiceleste. Esta vez firmaban su banderola con el diablillo de Los Piojos, la leyenda “Ya no estamos solos. Estamos todos” y, por supuesto, una nueva representación idealizada del argentino del número 10 en la remera de su selección. En fin, la cosa se animaba. A mi derecha, un chaval que seguramente no tendría más de 15 años cuando los Redonditos se separaron inició a todo pulmón un rosario de himnos y claves a los que empezó a sumarse el resto de la concurrencia.

Sinceramente, nunca había visto a nadie en la antigua sala Arena utilizar las cajas de la segunda barra para crear un ritmo percusivo similar al de los tambores en una gradería de fútbol. “¡Sólo te pido que se vuelvan a juntar!”, reventaba en mis oídos. Era uno de esos típicos individuos que no se quitaron la mochila en todo el concierto, y que se pasaron la noche entera de un lado a otro pegando brincos. Extraña “peña” para un español, no lo duden. Como no había telonero, la muchachada se bastó por sí sola para calentar el previo -y de qué manera-. Gente muy joven y entusiasta, a la par que desbordante y efusiva.

Mientras esto sucedía, mi amigo aprovechó para presentarme a un colega “argento”. “Yo soy EL español”, le digo. Craso error, lo único que yo pretendía era un ingenioso chascarrillo a costa de la ausencia de españoles en el concierto y resulta que se lo he soltado al mismísimo bajista de Los Seguidores de la Diosa Kali. En fin, mejor mantengamos la boca cerrada y a disfrutar del recital, que empieza ya.

Skay sale a escena y lo que veo es a un “flaco” de edad indeterminada, de movimientos electrizados y una estética de rockero veterano con gafas de color y una cinta en el pelo. Pura actitud y carisma indiscutible. El tío se mueve más que el resto de sus compañeros juntos y todos parecen encantados de estar tocando “allende los mares”, ya sea para 20 ó 20.000 espectadores. Mi medidor de felicidad ajena comienza a subir y ya no parará en toda la noche. Hay euforia contenida y ese puntito de nostalgia saciada con la que te dan ganas de llorar del desahogo.

La parte inicial sirve al tiempo de aperitivo y primer plato, ya que hay hambre de Skay y se promete una velada de masiva ingesta de carne argentina 100%. Las primeras piezas del vacuno son “Bagdad”, “Espiro” y “Negativo”, siempre según la peculiar interpretación de un set-list arrancado del pie mismo del escenario. El descanso de diez minutos llega en el momento justo, cuando ya no queda nadie por entrar y la familia “ricotera” le ha cogido el pulso a la noche.

Los cámaras de Cuatro aguantan hasta el inicio de la segunda parte, filmando el vaivén de banderas y espontáneos que se suben a las gradas para desplegar sus mensajes. No hay prensa en la sala. Increíble, pero cierto… los periodistas españoles no se han enterado del acontecimiento.

Cuando el repertorio encara las canciones de “PR”, los corazones se disparan al son de “El pibe de los astilleros”, “Todo un palo” o “Nene nena”. La apoteosis del bis llegará con “Ji ji ji”, pero antes Skay le da un buen repaso a sus tres discos. El único que he escuchado es “Talisman” y reconozco varios de sus números: “El golem de paternal”, “Flores secas”, “Dónde estás”, “Dragones” o “Lluvia en Bagdad”. Mola.

Mi amigo desaparece un instante y vuelve con dos invitaciones de copas. Se los ha dado La Negra Poli, manager que lo fue de los Redondos y ahora de Skay -amén de su compañera sentimental-. La anfitriona ha agradecido así el regalo de una foto original tomada durante un recital de Los Redondos… en otro tiempo y en otro país. “La argentinidad al palo”, dice mi compañero antes de desaparecer con algunos de sus vinilos. Se ha llevado los cartones de los Redondos hasta la segunda fila, y desde allí los muestra cada vez que tocan algunos de los temas grabados en aquel formato. Joder, es la primera vez que le veo tan entusiasmado. ¿Será posible que incluso esté bailando? Pues sí, eso parece.

En la pista, un montón de “petisas” argentinitas pugnan con sus compañeros varones en un modelo de pogo que no había visto en mi vida. No hay violencia, sólo diversión, es una especie de baile coreográfico de manos agitadas al aire y cuerpos flexibles que se cimbrean. Nadie sale lesionado, porque se diría que ese pacto de no agresión lo tuvieran grabado en su ADN. “Aquí no hay reviente”, me comenta mi guía espiritual, “pero en Argentina más de uno de estos pibes estarían relocos”.

Cuando el concierto termina, comienza nuestro segundo bis. Damos la vuelta a la manzana y llegamos hasta la puerta de camerinos. “¡Qué raros son estos argentinos!”, me dice la novia de un porteño que se ha subido desde Granada para ver a Skay. “Ya te digo”, le contesto. Hay otro chaval que esperará hasta las siete de la mañana para volver a Alicante en tren. Poco a poco los técnicos van sacando el equipo y en unos minutos aparecen los primeros Seguidores de la Diosa Kali.

Transcurre el tiempo y comienza a llover con insistencia. La espera se está haciendo cuesta arriba, pero tiene su ‘happy end’ cuando por la salida trasera de la Heineken aparecen Skay y La Negra Poli. Hay cámaras digitales… y también portadas históricas que la pareja admira con estupefacción. Tiro a mi amigo todas las fotos que puedo, hasta que me compadezco de tanto flash a traición y dejamos salir a los dos luchadores del rock argentino.

Dicen que el Indio Solari quiere venir a Europa. Y también me han dicho que lo de hoy se queda corto con la que se puede montar si sobreviene la aparición milagrosa. Juro que no me lo perderé, aunque para ello tenga que pedir la doble nacionalidad.

Leo Cebrián Sanz

Imágenes: Gonzalo Schiaffino.