Una vez desvelada la sorpresa de cómo Shelly se cruzó en el proyecto documental «Ellas son eléctricas», es tiempo de poner en contexto su figura musical para quienes no conocen sus primeros pasos en la profesión. María de la Concepción Gutiérrez Lobo era venezolana, pero fue el trabajo de su padre el que llevó a la familia hasta aquel país, donde creció en un ambiente de cierta formación cultural y artística. A su regreso a la Península comenzó una carrera artística en toda regla, ya que para ello no dudó en integrarse en el circuito de las actuaciones en directo que tanto proliferaban en el Madrid de finales de los 60.
Lo hizo gracias a su carisma y personalidad, pero también con la ventaja de ser de las pocas vocalistas nacionales que hablaba inglés con fluidez y corrección. Shelly participó en un par de proyectos colectivos hasta su entrada en el grupo que le dio la fama, mientras desarrollaba una impronta interpretativa singular y de una modernidad absoluta para el mundo del espectáculo del momento. La cantante fue ganando así peso artístico y un dominio de las tablas que la hizo imprescindible para dar la nota «internacional» y de calidad en los locales más punteros de la capital. Vestía como la modelo británica Twiggy y terminaría siendo comparada con Janis Joplin. ¿Qué más queríamos?
Su presencia también era habitual en la programación de las discotecas de una poderosa cadena, cuyas sesiones de música en vino animaban y entretenían muchos de los distritos de aquel Madrid no tan gris como siempre nos han pintado. La desprejuiciada presencia de Shelly y su actitud de mujer con arrestos y referente de una cierta vanguardia estética la permitió pasearse asimismo por giras de ámbito nacional, como la protagonizada junto a Camilo Sesto -recién salido de Los Botines- y su homóloga italiana Laura Casale, de la que el cantante melódico se enamoró con pasión.
Shelly y no tardó en llamar la atención de los responsables de «Escala en Hi-Fi», un popular espacio de televisión, en el que la intérprete hispano-venezolana desarrolló su facilidad para interpretar con absoluta solvencia los éxitos ajenos -muchos de ellos anglosajones- que la dirección del programa le proponía cada semana.
No queremos desvelar todos los detalles de esta etapa de Shelly para que sea ella misma quien nos los comente ampliamente en la serie de vídeos que haremos públicos dentro de un par de semanas, pero sí hay que hacer referencia obvia a su grupo Shelly y la Nueva Generación. El conjunto publicó tres únicos sencillos con la compañía Philips, que con el tiempo han adquirido una relevancia casi equivalente a la de un LP. Esa mágica trilogía es la compuesta por los singles ‘Mr. Train, hurry up’/ ‘I’m a poor girl’ (1968), «La mujer diablo» (1968) -pese a su título, la letra era en inglés- / ‘I’m just a fool’ (1968) y ya en castellano por imposición del sello: «Vestido azul» / «No puedo olvidarte chico» (1969).
Tras verles en directo, un representante mexicano quedó fascinado por Shelly y la Nueva Generación y no dudó en contratar al quinteto para una gira por su país durante nada menos que seis meses. Aquella experiencia les permitió incluso presentarse en Estados Unidos, pero el regreso a Madrid precipitó la ruptura del conjunto.
A partir de ese momento Shelly pasó un tiempo en España, regresando en breve a Venezuela por motivos profesionales e incluso viviendo un tiempo en Italia ante la posibilidad de ver impulsada su carrera por un prestigioso realizador de televisión. «¡Y hasta aquí podemos leer…!», como decía Mayra Gómez Kemp en el concurso «Un, dos, tres» -curioso, como «Un, dos, tres… al escondite inglés», la película de Iván Zulueta en la que participaron Shelly y sus compañeros.
Para ir abriendo boca y asumir poco a poco el gran cambio musical en la trayectoria de la siempre valiente y revolucionaria Shelly, basta con escucharla uno de los temas de su secreta resurrección en 1982. El grupo en el que militaba, Malena y Belcebú, grabó dos temas para el recopilatorio «Unidos por el Rock», que el sello independiente Victoria publicó durante el siguiente año. ¿Recuerdan aquello de que «la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma»? Pues he aquí la teoría convertida en un perfecto ejemplo musical.
El contraste entre la voz de la Shelly de su etapa Soul y Funk y la aguerrida y durísima Malena de su experiencia Heavy Metal resulta impresionante. ¿Quién podía imaginarse que Malena era Shelly? Sólo los más allegados o quienes tuvieran una extraordinaria intuición podrían haber percibido una continuidad natural en ese registro. Ahora que conocemos «el secreto mejor guardado del Heavy femenino español» sí apreciamos esa conexión, pero claro, ¡¡sólo nos ha costado cincuenta años dar con la clave de esta caja fuerte musical!!
Leo Cebrián Sanz