Eduardo Bort, todo un músico de referencia para el Rock progresivo y sinfónico en España, ha fallecido la tarde del miércoles 26 de febrero, según están informando distintos medios de la Comunidad Valenciana desde hace unas horas. La psicodelia está de luto. Bort contaba con 72 años y estaba siendo tratado de un cáncer de pulmón. Su homónimo debut de 1975 está considerado como uno de los álbumes-«milagro» en el panorama del Rock nacional. Fue publicado poco antes del éxito del Rock andaluz de Triana y del auge de formaciones catalanas como Iceberg, a quienes por cierto había producido su LP «Tutankhamon» un año antes.

El valenciano tuvo un pasado colectivo en conjuntos como Los Bodgies, pero fue su valentía personal la que le llevó a interpretar su propia música en solitario. Su manejo de la guitarra obedecía a un talento natural para la filigrana y el vericueto eléctrico. Sus composiciones reflejaban una capacidad de sorpresa y «música avanzada» que sólo pudimos volver a disfrutar de forma más o menos masiva con su siguiente disco, ya en 1983. «Silvia» estaba dedicado a su hija, fallecida poco antes, y fue el típico buen trabajo artístico que la llegada de la Nueva Ola y la Movida sepultó en el olvido. El pionero se encontró entonces con un muro mediático que no pudo superar, al que se sumó además el endurecimiento en los gustos de los oyentes rockeros.

Años antes, Bort había participado del impacto creado en torno a la figura de Ramoncín. Suya es la producción del primer disco del madrileño y suyo el solo de «Marica de terciopelo», el primer gran éxito del cantante. Pese a que durante demasiado tiempo su paradero creativo fue un misterio, Bort fue justamente reivindicado en su tierra durante los últimos años. La edición digital de su debut en vinilo, la rendición del mundo del coleccionismo a aquel icono de la vanguardia y una cierta revisión crítica de su obra volvieron a  colocar su nombre en las publicaciones especializadas. A escala internacional pudo disfrutar asimismo del reconocimiento del público japonés, para el que tocó en el año 2000. Fue una recompensa más por el crédito que Bort había alcanzado por su singular rareza como «verso suelto» del progresivo internacional.

En 2005, cuando esta web -entonces revista impresa- organizó una de sus fiestas-concierto en la madrileña sala Silikona, Eduardo Bort acudió a ver al grupo Net Distorssion en su actuación capitalina junto a Noxtromo y Sphinx. Uno de los componentes de la banda levantina nos lo presentó y Eduardo, de quien por entonces nadie parecía acordarse, nos dijo algo así como «Yo toqué con Ramoncín hace años. ¿Sabéis quién es, no? Fue un cantante muy popular hace tiempo». Como no salía de mi asombro ante su manera de identificarse -tomando como referencia al «rey del pollo frito» y no a sí mismo- le contesté que si le había entendido bien: «¿tú eres Eduardo Bort? ¿El músico del progresivo?». «Sí, sí, claro. ¿De verdad me conoces?».

Por supuesto que sabíamos de quién se trataba y el encuentro dio paso a una agradable charla sobre lo que había hecho o no durante su tiempo de silencio. Siempre enigmático, Bort afirmaba que se encontraba en Madrid preparando su regreso a la actualidad discográfica de la mano de un extraño sello o promotora independiente. Aún no había móviles y quedamos en charlar para realizar un reportaje en el estudio de Vallecas donde ultimaba la grabación. Intermedió la persona que se encargaba de su agenda e incluso llegamos a acercarnos a la dirección proporcionada, pero nadie apareció por allí ni pudimos contactar telefónicamente con el número proporcionado. Fue sólo una anécdota más en torno a Eduardo, al que siempre acompañó un aura de genio maldito. Aún recuerdo un cartel suyo en el desaparecido bar «Rock & Roll» -en el madrileño barrio de Prosperidad- que anunciaba su concierto en la cercana sala Morasol, a apenas doscientos metros.

De las historias que se cuentan de él, nuestra favorita es aquella que le coloca en medio del cortejo fúnebre de Franco, camino del Valle de los Caídos. No sabemos hasta qué punto sucedió tal y como nos llegó, pero al parecer Bort abrió la ventana trasera del coche donde dormía junto a varias acólitas y una nube permanente de humo de tabaco ilegal se despejó frente a él. Al ver lo que había al otro lado del cristal, el guitarrista y cantante se descubrió en medio de un monumental atasco camino del entierro del dictador. Nos imaginamos su cara de incredulidad y sorpresa frente a semejante «trampa» del destino. La escena resultaba pues de un contraste salvaje, con una España que moría y otra que nacía con un ansia de libertad que ya nada pararía. Al llegar al primer cambio de sentido, seguro que el conductor dio la vuelta al vehículo para regresar a Madrid…

Leo Cebrián Sanz