«Animal de Ojos Caídos» lo firmaba J. Ramón Martínez, aunque en la portada figuraba una ilustración con el nombre de Ramoncín sobreimpresionado sobre un telón. El libro fue prologado por un Francisco Umbral que se mostraba literalmente fascinado por lo que él describía como icono del «Rock sucio». El volumen incluyó varias letras de canciones de sus dos primeros discos -«Ramoncín y WC?» y «Barriobajero»-. La popular «Marica de terciopelo», «No tengas tanta cara» o «Felisín el vacilón» fueron algunas de ellas. Fue editado en 1979 por la Editorial Júcar, dentro de su Serie Especial Los Juglares y de la colección Poemas y Musiquitas.
Como poeta, Ramoncín se mostraba muy desenvuelto y capaz en su recopilación de escenas urbanas y noctámbulas, siempre en el filo de lo sórdido y antisocial. Sexo violento, peleas en el asfalto entre bandas rivales, la infancia en las calles del barrio, delincuencia juvenil… así era la vida de Madrid que retrataba Ramón. Sus personajes eran chulos como el «Chuli», putas, traficantes, buscavidas, mendigos, yonquies…, que confrontaban su particular «ley de la calle» con la mediocridad del ciudadano integrado en la decadente sociedad española de la época.
El paroxismo de su culto al feísmo, lo sórdido y el realismo sucio de los barrios marginales es su poema «Señoras del cerrillo”, una brutal descripción de la iniciación y/o rutina sexual -y pagada- del reprimido español del franquismo («ellas ni siquiera les miraban / tumbadas encima de un cartón / separaban las piernas impacientes / en una mano los quince pavos / en la otra una sucia toalla / encima un baboso cuarentón / y en el coco nada»).
Sus poemas ya incluían un surtido repertorio de todas aquellas expresiones castizas y lumpen que Ramoncín pasó años recopilando, y que terminarían en uno de sus ensayos más personales: «El Nuevo Tocho Cheli. Diccionario de Jergas», publicado en 1996. Palabras como burle, bisni, lusmis o chanar otorgaban a sus poemas una condición suburbial henchida de verdad y orgullo.
Entre 1978 y 1980, todo fue muy deprisa para un personaje que desde el principio devoró al músico. Durante la primavera de aquel primer año, Ramón se pateó España para mostrar su particular versión de cómo hacer del Punk todo un shock rock para las audiencias de la época. Abril del ’78 fue muy intenso para Ramoncín. A finales del mes se presentó en Gibus, sala de la capital francesa, en la que actuó como avanzadilla de la España musical que resucitaba sobre la lápida del dictador.
Nada más llegar de Francia, Ramón gozó de ocho minutos de riguroso directo en el horario de máxima audiencia de la primera cadena de Televisión Española. Fue en el programa «2×2», que conducían unas jóvenes Isabel Tenaille y Mercedes Milá, y descubrió para la gran masa espectadora a un tipo escuálido con gafas negras de mosca y un rombo pintado en el ojo. Vestido de blanco y con una muñequera de tachuelas, Ramoncín sacudió las conciencias estéticas de la España gris que moría día a día. Tras él, una banda en la que figuraba el bajista Carlos Vázquez, Tibu, posterior cuatro cuerdas de Banzai y manager de Mägo de Oz, entre otras desventuras como representante de artistas.
Lo primero que hizo Ramón fue susurrar un tímido «Dedicamos este tema a todos los que están en el maco colocaos, sin ninguna distinción». El tema elegido fue «Marica de terciopelo», una provocación en toda regla desde el título mismo, que pronto se constituyó en una divertida coletilla entre la gente joven.
El 18 de junio Ramoncín actuó en el Parque de Atracciones de Madrid. El público aún solía permanecer sentado durante los recitales -mientras la maría corría de mano en mano-, pero ese día terminó en pie. Ramón compartía entonces su vida con una prometedora fotógrafa, Diana Polakov, un dato más propio de La Otra Crónica -el suplemento social del periódico El Mundo-, pero que nos apetece reseñar por la fascinación que siempre nos produjo esta dama-.
Leo Cebrián Sanz