El “extraño caso” de Red Moon Yard quedó por fin desvelado el pasado jueves 18 de abril, cuando Marcos Fermoselle y su banda se presentaron por primera vez en directo en La Sala del WiZink Center madrileño. Se trataba de una ocasión muy especial por varios motivos y uno de ellos fue la valentía del grupo de arriesgarse en vivo con un repertorio del que apenas se conocían cuatro canciones: ‘Weird song’, ‘Samsara’, ‘Kissin disorder’ y ‘Queen of my sorrows’.

Como autor y productor que es de sus canciones, Marcos se mostró encantado de comunicarnos el resto de su primera obra, en la que además de las citadas también encontramos ‘September’, ‘Gone’, ‘Proud’,‘Paula’, ‘Mundane worries’ y ‘She’. Se presentaron asimismo varias composiciones que eran inéditas incluso para los medios especializados que sí hemos tenido acceso a escuchar el álbum. Tal y como figuraban en la hoja del set-list, nos referimos a la inicial ‘Inner’ y las posteriores ‘Hangout’, ‘Lama song’, ‘Mantra’, ‘Hey mo’ y ‘Kappa’.

Fue por lo tanto un concierto largo y completo, en el que vimos a una banda muy bien empastada, de una pulcra exquisitez técnica y vocal, que poco a poco fue entrando en calor y despojándose de la rigidez inicial. La música de Red Moon Yard recuerda la sensibilidad compositiva de Bob Dylan, Leonard Cohen, James Taylor, Neil Young o las guitarras de Mark Knopfler, con un cierto aire al registro de Los Secretos, por citar una banda que seguro evocaron los espectadores que llenaban la nueva alternativa del antiguo Palacio de los Deportes. En su Facebook RMY identifica otras luces, por lo que añadimos a la lista a Pink Floyd, Van Morrison, Steely Dan y Elvis Costello.  

Es obligado referirse al público que abarrotó el recinto, ya que no era el habitual de los conciertos de Pop-Rock, detalle que celebramos cuando tanto se habla de romper el techo de cristal de ciertos estilos. Aunque se trataba de un evento de lo que algunos compañeros han denominado Rock Budista, la extracción social de los espectadores apuntaba a una audiencia ciertamente elitista y poco habituada a estos espectáculos.

Lo cierto que los seguidores y seguidoras de Red Moon Yard escucharon con atención las palabras de Fermoselle entre canción y canción -inapreciables desde la mitad del local por una microfonía de voces que resultó claramente insuficiente- y disfrutaron de las ocasionales proyecciones de la iconografía clásica del budismo en la pantalla que acompañaba el espectáculo como fondo visual. En su parte superior izquierda se fueron identificando los títulos de las composiciones interpretadas, entre las que se incluso intercalaron salmos e invocaciones religiosas y espirituales.

Unos pañuelos en el atril de Marcos y la carga introspectiva de sus poesías musicadas encajan mejor en un teatro o auditorio más pequeño en el que poder sumergirnos en su particular universo, pero también es cierto que son muchos los músicos que le acompañan como para encajonarles en apenas unos metros cuadrados.

Red Moon Yard fue aquella noche un combo de voz y guitarra acústica, dos guitarras eléctricas (la rítmica y la solista), bajo, batería, teclista-percusionista (bongos…), dos coristas -una de ellas con puntual intervención solista- y una tercera voz femenina en calidad de colaboradora especial. A todos ellos se presentó uno a uno durante un receso del recital. Fue sin duda un acto de justicia para quienes parecían haber trabajado duro con el objetivo de que todo resultara compacto y fluido, como de hecho así ocurrió.

Nos gustó más la propuesta cuando sus instrumentistas se dejaban tentar por lo sinfónico y progresivo, sin que por ello dejemos de reconocer que esta fusión de talentos artísticos que es la banda de Marcos tiene un encanto propio difícilmente encajonable en un estilo concreto.

La parte final del espectáculo derivó en una animación generalizada de palmas y saludos, una vez rendido a la causa ese público tan familiar y etiquetado que colaboró voluntarioso con la coreografía visual de las luces de sus móviles. Ese jueves el afterwork o copa después del trabajofue cómplice con Fermoselle y le brindó una empatía y respeto que envidiamos sanamente, por cuanto muchas veces el llamado “respetable” no se merece más que el ruido de sus propios murmullos y desubicadas conversaciones. No fue el caso de la noche “budista” del WiZink 2, que dejó un buen sabor de boca y la curiosidad innata de las alternativas artísticas inesperadas.   

Leo Cebrián Sanz