Si justo una semana antes habíamos visto a Ángeles del Infierno en Toluca (EdoMex), este domingo nos desplazamos a Querétaro, capital del estado de mismo nombre. Otra vez tocó en un teatro o auditorio cerrado con sus entradas numeradas y butacas que, cuando sale a tocar el grupo, pierden su utilidad, pues todo el mundo sigue el concierto de pie. Otra vez un recinto donde no se vende alcohol, algo que nos parece fuera de lugar en un evento de Rock o Metal, y encima en esta ocasión los de la seguridad de la puerta no te dejan pasar el paquete de tabaco y estos ‘policías ladrones’ –si se me permite el oxímoron- te invitan a que los dejes en un recipiente especial… para saciar luego su vicio, supongo. ¡Pues no!, ¡a romperlos en cien pedazos y a la papelera!

El repertorio fue el mismo que vimos el domingo anterior, si mis notas no fallan, y paso a detallar: “Todos somos ángeles”, “Sombras en la oscuridad”, “Rocker”, “Prisionero”, “Vives en un cuento”, “Pensando en ti”, “Si tú no estás aquí”, “El principio del fin”, “Con las botas puestas”, “Diabolicca”, “Todo lo que quiero”, “Jugando al amor”, “Héroes del poder”, “Condenados a vivir”, “Sangre”, “A cara o cruz”, “Fuera de la ley”, “666”, “Al otro lado del silencio”, “Maldito sea tu nombre”, “Dónde estabas tú” y “Pacto con el diablo”.

La diferencia, todo para mejor, estuvo en que Robert Álvarez no sufrió problema técnico alguno con su guitarra, de modo que sobre el escenario lo vimos disfrutar a tope de su trabajo, y que Juan Gallardo se mostró mucho más hablador y empático con un público entregado. Me fijé en algunas féminas que no cesaron de bailar desde la primera hasta la última nota. El resto de la formación, como la semana pasada, perfecta: Foley –guitarrista-, Álex –bajista-, Eddie –teclista- y Gerard –baterista- cumplieron como se debe dejando a los asistentes de todas las edades, desde niños a maduritos, bien satisfechos.

Esta crónica podría extenderse, al modo de “El diario de Jon”, unas cuantas páginas gracias a lo que disfrutamos con los músicos, más aún, después del concierto en el hotel en que nos alojamos. La fiesta, las risas y el rock and roll, por fortuna, no tienen reloj.

Jon Marin