Se sigue celebrando en Madrid la exposición «Madrid Metal», que reúne los testimonios de veintidós personas que vivieron los años 80 como parte activa del movimiento Heavy en Madrid y su Comunidad. Sus recuerdos apoyan las 18 ilustraciones que otros tantos dibujantes han aplicado al tema o concepto que los comisarios les han encargado. Las opiniones de estos invitados también forman parte del cuadernillo que se regala en la propia muestra de CentroCentro, en el actual Palacio de Cibeles, sede del Ayuntamiento.

Tanto en esta especie de revistilla como en la propia exposición no está recogida la totalidad de los textos, ya que varios de ellos no fueron incluidos por cuestión de espacio. Sí lo están en cambio las frases o fragmentos elegidos por la organización de cada uno de los textos ausentes, a cuya integridad que hemos tenido acceso como medio colaborador de «Madrid Metal». Para los curiosos y completistas que quieran conocer esta parte inédita de la exposición que recupera la parte más rockera de la cultura urbana en Madrid, he aquí las dos primeras muestras.


Testimonio de Vikki Cathouse, del Cathouse Rock Bar (Vallecas)

Como Marcel Proust en su búsqueda del tiempo perdido (¡¡cambiemos la magdalena por un Bollycao!!)…, aquí os dejo mis reminiscencias, sensaciones, sabores, sonidos y olores que evocan en mí multitud de recuerdos, transportándome a aquella “mágica” época…

El Vallekas Rock, pelotis de Doble V (“el whiskie de tu generación”), las fiestas del Canci (aquellos “inolvidables” strip-tease y cumpleaños del jefe), zapatillas  J’hayber, laca Nelly, los posters de Samantha Fox colgados de las habitaciones de mis hermanos, el sabor de los perritos de la terraza del Barrabás, Discoplay en los bajos de Gran Vía, carpetas escolares forradas con fotos de guaperas (en mi cole Joey Tempest ganaba por goleada), Aplauso, el ritual del intercambio de casssettes con tus amigos (¡¡cómo nos lo currábamos!!), la Piscis de Getafe, los domingos en el rastro con el puesto de Mario Scasso y el de Paquito (sí, Mr. Canciller), Vallekas, fulares, pañuelos  en la cabeza, en las botas, en el cinturón… más pañuelos, el olor de la máquina de hielo seco de las discotecas (que no falte el humo…), botas de “chúpame la punta” por dentro de los elásticos (llegaron los 90 y la moda cambió a llevarlas “por fuera”), tardes interminables de loro, pipas y litronas en los parques, las fiestas de San Isidro, Tocata, chupitos de cuacuá (esa “mole” hecha a base de Cointreau y Licor 43), pantalones nevados, chupas vaqueras Lois, Vicálvaro, Disco Cross, el concierto de King Kobra en la Sala Canciller (¡¡espectacular!!), chicos con camisetas cortadas con la antigua bandera de Japón (era un clásico), el Rockódromo y su memorable concierto de Shy (pobres, una mala tarde la tiene cualquiera), Barón Rojo y Gary Moore; las cartas de la “Heavy Rock” (eso sí que era una red social), noches al pie del cañón, sueños de libertad…

Testimonio de Leo Cebrián Sanz, periodista musical y codirector del documental “Ellas son Eléctricas”

Pues sí, también hubo heavies en El Viso. Quizás éramos los únicos -quizás no, seguro-, pero mis hermanos y yo íbamos por libres y en nuestro selecto colegio de curas defendíamos la bandera de los ‘Rock and Roll Children’ de la canción de Ronnie James Dio. Aunque no conseguimos hacer proselitismo, años después nuestros compañeros ”fresa” se emplearon bien a gusto agotando las entradas de Iron Maiden en el Wanda. Sorpresas te da la vida, que decía Rubén Blades.

Recuerdo haber entrado en el VIPS de Velázquez esquina López de Hoyos oyendo el programa de alguno de los grandes (El Pirata, Mariano García, Rafa Basa) y ser golpeado por tres canciones consecutivas: “Campo de concentración”, de Barón Rojo; ‘Freewheel burning’, de Judas Priest y ‘The number of the beast’, de Iron Maiden. Hubo para mí un antes y un después de semejante iluminación. El Metal no salvó mi vida, pero sí me liberó de muchos convencionalismos sociales.

No era fácil ir solo a un concierto, aunque siempre terminabas conociendo a colegas con los mismos gustos que los tuyos. Podían más las ganas, para qué negarlo. Oye, qué bien. Una tribu urbana que da más importancia al sentimiento de comunidad que al aspecto físico y estético de sus militantes. Pues mire usted, yo me quedo aquí que entre esta gente hay calorcito, se está muy cómodo y no hay que competir en nada (sólo en conocimientos musicales).

De allí a escribir en un fanzine o hacer un programa de radio sólo hubo un paso: el de la autogestión. Mi primera publicación militante fue “Pelos”…, pese a que yo nunca llevé melena (ha llegado el momento de recuperar una mítica frase recurrente: “El Heavy se lleva en el corazón y no en las pintas”). El dial de Madrid ardía en emisoras libres con programas a todas horas, por lo que resultaba toda una tentación sumarse a la ola de la comunicación horizontal. Geli y Conchi, mis locutoras favoritas de Onda Verde… ¿qué fue de vosotras?

Una tarde en Atocha quedé con un colega para intercambiar material de dos de sus obsesiones favoritas: los hard-rockeros cristianos Stryper… ¡y Samantha Fox! Había recortado sus ejemplares de la revista “Heavy Rock” hasta dejarlos hechos un troquel. Alguna mañana el figura se pasó por el Rastro y compartió con mi cuadrilla la venta de cintas piratas, un deporte “no oficial” de divulgación musical, que hacía de las cintas Crescendo un fetiche a proteger. A unos metros estaba Mario Scasso atendiendo su puesto de chapas y fotografías de conciertos, con la abuela Ángeles a su vera, tomando el sol del mediodía en el domingo de mi Madrid.

Con los años todo se magnifica e idealiza -se romantiza, dicen ahora-. Y no digo yo que no, pero han de reconocerme ustedes que ser feliz con unos discos, una cazadora vaquera parcheada y el sudor de las primeras filas en un concierto de Sangre Azul o Pánzer era una fórmula perfecta para “sobrevivir a” y/o “disfrutara de” los procelosos tiempos de juventud. Afirmativo: algunos seguimos estirando el chicle todo lo que podemos, sin vergüenza alguna de prolongar ese dulce sueño de adolescencia en un recuerdo vivo y permanente. Los heavies madrileños siempre estuvimos, estamos y estaremos. Que siga durmiendo el dinosaurio (del Rock), que nosotros le cuidamos.