Fue la presentación oficial del libro “MaRock” en Madrid, pero también fue mucho más que eso: un espectáculo acústico de distancia corta y máximo riesgo artístico. Hablamos del recital que Luis Massot dio en La Mazmorra Metal Bar, el local de Vicálvaro que ningún rockero o metalero debería pasar por alto.

El músico de Drakkar, Elikat y Taifa pasó por la capital y aprovechó a conciencia su estancia, ya que el jueves compareció ante los micrófonos del programa “Calmaria”, que Alberto Monge locuta y dirige desde la emisora independiente Onda Latina. Esa misma noche el cantante y guitarrista conoció el cercano Cocodrilo Rock Bar, propiedad de Johnny ‘Burning’ y lo hizo en compañía de algunos de sus fans madrileños. Ya el viernes, durante las horas que precedieron al concierto Massot dejó ejemplares de su ensayo en el Instituto Cervantes y El Argonauta. En esta librería especializada en música los lectores del Foro pueden adquirir este apasionante relato vivencial de una experiencia de choque cultural y al tiempo rendición a los encantos del Marruecos más genuino.

La bailarina Ana Blanco fue el aliciente extra de su presentación en Vicálvaro, ya que intervino en varias canciones con su lección magistral de adaptación de la danza del vientre o danza oriental a las canciones de Luis. Teniendo en cuenta que su único contacto previo había sido por vía telefónica, resultó asombroso comprobar de qué manera Ana improvisaba y conseguía fundirse con los temas como si la sincronía fuera el resultado de numerosos ensayos anteriores. Ana portaba una maleta para sus constantes cambios de vestuario, siempre colorido y evocador del exotismo que se pretendía recrear en la velada. Un diez para ella, que a petición de Luis explicó la razón de su presencia en esta noche tan especial.   

También estaba anunciada la participación de Juan Antonio Albanades -antiguo compañero en una de las bandas de la etapa madrileña de Massot-, que no pudo acudir a la cita por un problema personal de última hora.  

El recital de guitarra y laúd tuvo lugar sobre el ya popular sofá blanco de La Mazmorra, cuyos responsables Merche y Raúl se atrevieron a programar una nueva actividad de este tipo tras una primera experiencia hace ya bastantes años. Enhorabuena por la iniciativa y gracias por la parte que nos toca como espectadores.

El desafío aceptado fue grande, dado que Luis Massot presentó una retrospectiva de su obra con el grupo Taifa, eligiendo las canciones en función de su charla sobre lo vivido en Marruecos y sus experiencias como músico profesional con varias décadas de creativa indagación en la música andaluza de raíz árabe y mestiza. Los temas que sonaron fueron “Alhambra”, “Tetuán”, la inicial “Espejo de mi alma”, “Crepúsculo de perdón”, “El jardín de mis secretos”, “Nana de plata”, “Nunca es tarde”, “Rumbo incierto”, “Tan sólo la lluvia” y hasta una soleá titulada “Una razón para vivir”. La audiencia pudo interactuar libremente con el artista con sus preguntas, opiniones y comentarios, ya que el propio anfitrión invitaba a ello con la magistral soltura de quien se maneja con fluidez en estos formatos.  

Todo estaba resultando de lo más armónico y encantador hasta que entró en La Mazmorra una caterva de disociales -afortunadamente nada habituales en el bar-, que no se dio por aludida ante la celebración íntima de un espectáculo en vivo y se hizo notar con sus voces a destiempo y una cháchara constante e irrespetuosa. El público aguantó hasta que se fueron a molestar a otra parte -o a la calle, su pasto natural-, mientras Luis y Ana conseguían abstraerse al punto de no ver afectada su actuación por las impertinencias de esta parte del no-respetable público.

Salvada la incidencia, la sesión terminó como había empezado, con la infalible sensación de privilegio que te otorga el deleite de un show gratuito y generoso, original y pleno de atractivo e inmersión en sonidos inhabituales para nuestros oídos. Como de vez en cuando tampoco viene mal ponerlos a prueba…, ¿cuándo repetimos, Luis?

Leo Cebrián Sanz